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Pero ¡qué esperamos!

27 de Diciembre del 2009 - Marilde García

Las líneas que siguen son reflexiones acerca de una cuestión que, tras los sucesos de Pozuelo de Alarcón en los primeros días de septiembre, volvió a llenar páginas y espacios de comunicación en nuestro país. Y, una vez más, son muchas las voces que buscan la causa en nuestro sistema educativo o, simplemente (y recalco lo de simplemente), en la LOGSE, para algunos, chivo expiatorio de todos los males que afectan a la actual juventud española.

Podría hablar aquí de la LOGSE, de sus pros y contras, de su carácter de ley progresista que extendió la enseñanza obligatoria a los 16 años, haciéndola así coincidir con la edad laboral, de cómo fue inmediatamente rechazada por las fuerzas conservadoras de nuestro país y cómo, apenas iniciada su aplicación, ya todo el mundo opinaba sobre ella, muchos sin haberla leído, y hasta había quien alardeaba de no hacerlo, pero opinaba. Claro que la instauración de la ESO llevó a que los profesores viéramos llegar a nuestras aulas alumnos incómodos, chicos y chicas que no tienen ningún interés en los estudios, que lo que quieren es tener un trabajo cuanto antes y poder costearse sus caprichos ¿Es casualidad que sea precisamente la comunidad balear aquella en la que más alto es el índice de abandono escolar, es decir, donde más adolescentes abandonan los estudios al acabar la ESO para intentar entrar en el mercado laboral? Pero no es la ley el objetivo de mis reflexiones, sino la tan debatida falta de respeto de nuestros adolescentes y la crisis de autoridad.

Podría empezar, por ejemplo, con una referencia al mundo del deporte, recordando a esos y esas deportistas que destacan no sólo por su buen hacer deportivo, sino también por el nivel cultural y la calidad humana que dejan translucir en sus declaraciones a la prensa. ¿Y todos los que prestan su colaboración a ONG?, éstas se nutren fundamentalmente de la colaboración voluntaria y, en la mayor parte de los casos, desinteresada de chicos y chicas jóvenes.

Se podrían citar más casuísticas, pero creo que son suficientemente expresivos estos ejemplos. Todos/as, deportistas y cooperantes, han sido educados/as en la LOGSE, ¿que son una minoría?, en absoluto, son muchos los/as jóvenes que, sin ser «figuras», pertenecen a las categorías citadas. Quienes sí son minoría, notable minoría, son los chicos que se portan como los protagonistas de los actos vandálicos de Pozuelo ¿Por qué no fijarnos en quienes son ejemplo de voluntad, de tesón y de compromiso? Y de respeto. En cualquier caso, nuestros jóvenes no son ni más ni menos que un reflejo y una consecuencia de la sociedad en la que vivimos, responden a los mismos esquemas; condensar la culpa de su incorrecto comportamiento en el sistema educativo es, simplemente, tratar de escurrir el bulto. Le damos vueltas al modelo educativo y debiéramos hablar del modelo de sociedad.

Es en este contexto de cierto «empacho mediático» cuando afloran los nostálgicos del usted, del usted del alumno hacia el profesor. Y digo yo, ¿por qué no del profesor hacia el alumno? Mis padres –es fácil que usted, lector/a, comparta conmigo esta misma circunstancia– trataban a los suyos de usted y yo a ellos de tú, ¿los traté por ello con menos respeto? Pues lo mismo se puede decir del actual tuteo en las aulas.

Subtítulo: El sistema educativo, el modelo de sociedad y los males de la actual juventud española

Destacado: Nuestros jóvenes no son ni más ni menos que un reflejo y una consecuencia de la sociedad en la que vivimos, responden a los mismo esquemas; condensar la culpa de su incorrecto comportamiento en el sistema educativo es tratar de escurrir el bulto

Y para qué hablar de la «necesaria imposición de autoridad» que muchos invocan. A mediados de septiembre, en estas mismas páginas, a la pregunta del entrevistador –«Niñatos bien asaltando comisarías, ¿la culpa es de la crisis de autoridad?»–, el filósofo Ignacio Izuzquiza respondía: «Una cosa es el poder y otra, bien distinta, la autoridad. El problema es que ahora hay mucho poder y muy poca autoridad. En el mundo romano la “potestas” la tenían quienes daban caña, pero la “auctoritas” sólo la poseían algunos». Y en noviembre de 2006 (otro momento de intenso debate mediático sobre este tema) Vicente Verdú escribía en «El País»: «Naturalmente, emerge el asunto de la autoridad, y ahora no se respeta la autoridad del maestro, pero tampoco la de los padres, los jueces, la Iglesia, los médicos o la publicidad». Ni la de las instituciones democráticas, añado yo.

«Me dirijo a usted, señor presidente del Senado, ante el bochornoso espectáculo vivido hoy en el Pleno del Senado, al que acudimos como actividad con los alumnos de diferentes cursos de Garantía Social… Para esta actividad no había nada improvisado, se había trabajado sobre el Senado, su composición, sus funciones, etcétera, y se culminaba la actividad con la sesión parlamentaria. Usted mejor que nadie se imaginará la vergüenza que sentimos, docentes, alumnos y alumnas». Esto escribió Cristina López Muñoz, coordinadora cultural de Administración Local y voluntaria de la ONG Liga Española de la Educación y la Cultura Popular, que en marzo de 2007 acudió al Senado, coincidiendo con una sesión de control al presidente del Gobierno, con 41 chicos y chicas, procedentes de centros de Valladolid y Extremadura y participantes en un programa llamado de Garantía Social.

Y éstas son algunas de las reflexiones de aquellos jóvenes que tenían entre 16 y 18 años de edad: «¿Quiénes son los senadores y senadoras que han tenido ese comportamiento y qué medidas se toman contra ellos?». «No hacen caso al director [presidente del Senado] y, además, siguen gritando; a nosotros, por mucho menos, se nos riñe». En 55 minutos de intervención el presidente del Gobierno había soportado 38 interrupciones en medio de un muy elevado griterío procedente de las bancadas del grupo mayoritario de la oposición. Lamentablemente, éste no es un episodio aislado en el panorama político de nuestro país.

Es necesario tener presente hasta qué punto han cambiado los parámetros que caracterizan la sociedad en general, y la española en particular, en los últimos años. Y es absolutamente procedente traer aquí esos programas televisivos que concentran la atención, y hasta motivan devoción y admiración, en muchísimos hogares españoles, programas en los que las pautas que los definen son la ordinariez, la grosería y los malos modos, el hacer bandera de la desvergüenza, el exhibir y hasta vanagloriarse de las miserias propias y ajenas, y que incluso acaban convirtiendo en icono imitable a una de sus protagonistas que dista mucho de responder al modelo de joven responsable, respetuoso/a, preocupado/a por su formación, dispuesto/a a superarse y de quien dependerá el futuro de nuestro país.

En febrero de 2004, en un artículo sobre la telebasura, entre otras cosas, escribí en estas páginas lo que sigue: «La sociedad no la conforman compartimentos estancos, sino que es un entramado cada vez más sensible a cualquier alteración que pueda sufrir cada uno de sus componentes. Y un sector tremendamente vulnerable es el de los jóvenes… Ante tan poderosa competencia, los diversos planes educativos y los profesores, por mucho empeño que pongamos en ello, poco podemos hacer. Nada tiene mayor poder educativo que un entorno impregnado de ética cívica. Y nada puede ser más destructivo que un entorno carente de ética». Por supuesto, mantengo en todos sus términos lo dicho pronto hará seis años. Todo lo anterior es motivo suficiente de reflexión. El Defensor del Pueblo, por ejemplo, ¿no debería decir algo al respecto?

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