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Las reglas del juego

27 de Octubre del 2016 - Filippo Priore (Villaviciosa)

Cuando se escribe o se habla acerca de política fuera de nuestros círculos más cercanos, es siempre recomendable medir muy bien las palabras que se van a utilizar. En primer lugar, para evitar malas e indeseables interpretaciones y en segundo lugar, por aquello de no ofender a personas especialmente susceptibles con el tema y que pudieran ser contrarias a nuestros pensamientos o razonamientos ideológicos. Porque aunque es evidente que ahora cada vez más, está de moda todo lo contrario, estoy firmemente convencido de que sí es posible defender con la máxima convicción y eficacia una idea, sin necesidad de abandonar nunca la moderación en el discurso expuesto y en ningún caso, recurrir a las descalificaciones. Estas, a fin de cuentas, no son sino el triste recurso de aquellos que desamparados de la razón, pretenden además imponer al resto esa sinrazón, sin importarles las formas y los medios empleados para ello.

Por otra parte, considero que en no pocas ocasiones, se corre el riesgo añadido de esgrimir como argumentos de defensa de un determinado Gobierno, o de crítica frente a otro de signo político distinto, escenarios e indicadores globales, que nunca serán capaces de abarcar a la totalidad de los ciudadanos que convivimos en este país. Por esta razón, del mismo modo que en aquella España del 'todo va bien', muchos eran los que sin embargo vivían sumidos en la pobreza, en la España de la gran crisis, no faltaron tampoco quienes se enriquecieron a contracorriente.

Por desgracia, vemos cada día cómo el 'término medio', tan necesario a la hora del debate político, es al tiempo el gran olvidado por la mayoría de los supuestos analistas, convirtiéndose los debates en algo parecido a la clásica reunión de comunidad de vecinos, donde habitualmente quien menos sabe, a fuerza de gritar más, acaba por imponer su voz a la del resto. El problema es que esta crispación permanente se ha ya trasladado irremediablemente a la calle, donde todo el mundo cree saber más que el resto y por supuesto, llevar la razón. De este modo, hace tiempo que la política ha perdido ese halo de seriedad que otrora poseyera, para transformarse en un espectáculo circense del más bajo nivel, donde todo es posible y donde la radicalización en la defensa de las ideas, ha ido peligrosamente in crescendo. Y de ello no cabe duda tampoco, que algunos políticos con sus conductas inapropiadas, son en gran parte responsables. Pongamos que hablamos de corrupción

Sea como fuere, nos encontramos en estos momentos, después de casi un año de dimes y diretes, con que cuando por fin se ha llegado a un acuerdo de investidura y posterior formación de gobierno (que ya se verá cuánto recorrido podrá tener, teniendo en cuenta las condiciones en las que ha sido gestado), determinados grupos políticos y sociales, promueven y defienden sin ningún tipo de tapujo, manifestaciones y actos contrarios a ese acuerdo, bajo lemas que incluyen calificativos como 'golpe de estado' o 'mafia'.

Ante estas iniciativas, no puedo sino expresar mi más rotundo rechazo, por más que quienes las promueven, pretendan ampararse en el derecho a la libertad de expresión, derecho que sin embargo como hemos visto muy recientemente, ellos mismos niegan a otros. Con todos sus defectos y errores, el Congreso de los Diputados es la representación máxima de este Estado social y democrático de Derecho que es España y que se sustenta en su Constitución. Nadie fuera de ese Congreso puede arrogarse en el defensor de la gente o del pueblo, cuando esa misma gente o ese mismo pueblo ha expresado en las urnas (por dos veces en menos de un año) su voluntad, para que unos determinados políticos de diferentes partidos, sean quienes les representen y para que sean también quienes decidan qué acuerdos sellar entre ellos, con la única finalidad de alcanzar el bien común y no solo el de su partido. Y todo esto ha de ser respetado, sin ningún tipo de presión más allá de la posterior exigencia de responsabilidades, a aquellos que no cumplan la labor para la que han resultado electos.

Por desgracia, he aquí el verdadero problema de fondo de esta sociedad actual, que no es otro que la profunda crisis de valores que contamina todo lo que nos rodea. Valores tan esenciales como precisamente el respeto. ¿Qué cabe esperar de un país donde pueden romperse públicamente sentencias judiciales o se puede apalear a guardias civiles, sin que existan consecuencias severas e inmediatas? Así resulta muy fácil y barato jugar a ser revolucionario, especialmente para aquellos a los que nunca les ha faltado de nada en la vida, gracias a quienes vivieron y crecieron en la cultura del sacrificio y el esfuerzo. Algunos de ellos además, sí se jugaron el pellejo de verdad, siendo perseguidos y en ocasiones encarcelados, por luchar por los derechos y la democracia que hoy todos disfrutamos.

Porque este país, a pesar de todos sus defectos y a pesar de que tristemente siga habiendo personas en él que lo pasan mal, muy mal, no deja de ser una nación como pocas en el mundo y con un Estado de Bienestar que para sí quisieran muchas. Mejorable por supuesto, como todo en la vida, pero nunca desde la confrontación radical sin sentido, sino desde las urnas, que son las que insisto, dictan la voluntad democrática de los ciudadanos, para que sean luego los representantes elegidos por ellos, quienes lleven a cabo todas las mejoras oportunas y posibles. Así son las reglas del juego y lo que no vale ni es de recibo, es tirar tus cartas y levantarte de la mesa, solo cuando estas no te son propicias. Y mucho menos intentando romper y prender fuego a las del otro.

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