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Los toros e Isabel San Sebastián y otros

3 de Noviembre del 2016 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Lo he oído muchas veces, la última a la señora San Sebastián, muy taurina ella: Los toros no sufren durante la lidia.

No sé si ha llegado a esta conclusión tras un profundo conocimiento o discernimiento, o si simplemente ha querido redimirse a sus propios ojos por tan abominable afición aceptando la tesis del profesor Juan Carlos Illera del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Complutense, que me he tomado la molestia de, más o menos, leer y que me ha dejado un tanto dubitativo. ¿Este hombre habrá copiado en los exámenes de Lengua y Literatura que, digo yo, ha tenido que aprobar para obtener el título, o el tal le habrá tocado en alguna extraña tómbola?

A lo peor soy yo que en esto de interpretar lo que leo estoy más perdido que el hijo de Lindbergh, pero me han llamado la atención sus sucesivas afirmaciones contradictorias.

Según él el toro no sufre, diciendo a continuación que cree que no sufre demasiado dolor y, cuando avance la investigación, podrá afirmar que no siente dolor. También dice que la puya le estresa y le produce dolor, al mismo tiempo que hay un momento en que el placer (toma castaña) y el dolor se equiparan y deja de sentir dolor. Etc. etc.

Pero, mi estimado, defínase, ¿qué coño es lo que en definitiva siente el toro?

Confieso que ahora mismo no sabría definirme yo mismo. No sé si llorar de risa o de dolor ante tan científicas y sesudas afirmaciones. Lo que voy a tratar es de seguir el hilo que, según mi atrevida ignorancia, sigue el raciocinio de este señor. Dado que metiéndosela, la puya, claro, el toro siente placer, es lógico que, como se la meten tantas veces, la puya, el toro, que siente placer cada vez, ha de ser sin duda un animal multiorgásmico, que va alcanzando sucesivos orgasmos y, posiblemente, en su postrer momento, llegue a considerar al torero que acierta con la primera estocada un eyaculador precoz. No digamos el Toro de la Vega, anda que no debe disfrutar, se la meten, la puya, y se la meten y se la meten. Y los gallardos, valientes y viriles jinetes que no cansan de metérsela, la puya, ¿qué sentirán? Teniendo en cuenta que, además de para hacer disfrutar al toro, acuden a tan excelso torneo para su propio disfrute, con tanto mete y saca acabarán por lograr el éxtasis glorioso de un orgasmo compartido al unísono con el toro, con el goce añadido de haberlo matado de placer. Una maravilla.

Para mi desgracia no puedo pensar eso de cuando sea mayor quiero ser como ellos, pues ya soy mayor desde hace tiempo y he de reconocer que no me encuentro el más leve parecido con estos semejantes, entre sí, que disfrutan con estas formas de causar placer, ya sean voyeuristas o ejecutantes.

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