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La penúltima oportunidad

4 de Noviembre del 2016 - José María W. Gómez Claro (Gijón)

Estos días, una vez más, han sido noticia las medidas adoptadas en Madrid por la excesiva contaminación y la prealerta en Avilés por la misma causa. En ambos casos se han producido respuestas cuestionando la alarma, como si se tratase de un capricho político o una arbitrariedad para fastidiar a conductores y empresas.

Ello da idea de la conciencia ambiental que tenemos la ciudadanía y la responsabilidad empresarial a la hora de emitir gases tóxicos sin considerar las consecuencias tan graves que ocasionan. Incluso los sindicatos a nivel de Arcelor levantan la voz por el peligro en que se ponen las inversiones y puestos de trabajo en la acería. Error gravísimo de cortedad de miras, cuando está en juego la salud de miles de trabajadores y sus familias habitando en el entorno.

Porque cuando desde las plataformas vecinales y ecologistas se llama la atención a las administraciones sobre el control de las estaciones de medición de partículas, ya se han superado con creces los niveles de contaminación, sin que hasta la fecha se hayan tomado medidas eficaces para corregirlas, salvo informes opacos que nunca se sabe dónde terminan.

Pero el problema no está solo en esas dos ciudades. En Gijón, concretamente, hace años que se vienen denunciando las condiciones ambientales, en particular en la zona Oeste, donde hubo episodios de daños a vehículos como lo más llamativo, pero es escandaloso el olor que los fines de semana se percibe en el barrio de La Calzada o en El Cerillero.

Estos días cualquiera que subiera a una posición alta en el concejo vería una larguísima lengua sucia sobre toda la ciudad de Gijón, manto venenoso que afecta fundamentalmente a la población infantil y mayores. Triste realidad que se oculta también en los servicios de salud, donde no existe un protocolo sobre las afecciones en las enfermedades respiratorias provocadas por el benceno, partículas PM, etcétera.

Existe hoy en día suficiente tecnología para instalar en las industrias filtros e inhibidores de CO² que disminuyan la salida a la atmósfera de este gas. Es un problema de inversión que no está justificado, cuando se reparten beneficios empresariales y reciben subvenciones públicas. Por otra parte, hay que abordar un proyecto a medio plazo de eliminación de los vehículos en las ciudades, con eficientes transportes urbanos y mejora de las vías para peatones y bicicletas, que va más allá de unos carriles-bici raquíticos o unas aceras convertidas en terrazas.

Además, está el poder de la industria del automóvil, engañando con los trucajes de motores para no descubrir las emisiones reales en los diésel y el frenazo que existe para ir sustituyendo la automoción del petróleo por híbridos y eléctricos.

Pero no se puede esperar. Estamos metidos en pleno cambio climático con una grave alteración de la vida en el planeta de consecuencias inimaginables. A nivel más inmediato, las muertes que ocasiona y el coste en las cuentas públicas que se deriva del gasto en salud, por la contaminación. Ha llegado la hora de no ocultar informes y ser valientes tomando medidas contundentes. Es la penúltima oportunidad.

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