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Sueño de otoño de una limpiadora de Corvera

6 de Noviembre del 2016 - María Aurora Ardura Martín (Pola de Siero)

Hace algún tiempo escuché a una niña decirle a su madre que el colegio estaba muy sucio. Estuve atenta a la conversación porque yo soy limpiadora y me llamó la atención que una niña se fijara en eso: su madre resultó ser también limpiadora. Unos días después las quejas se hicieron públicas en prensa sin que el equipo directivo del centro educativo negara tal extremo. Eran otros tiempos.

Leo con tristeza y resignación el desmentido del equipo de gobierno corverano sobre nuevas quejas de limpieza, en este caso referidas a otro centro educativo. La tristeza nace de la nula importancia concedida a la circunstancia por la ciudadanía, sólo interesada en ese asunto cuando circunstancialmente una huelga provoca una situación de falta de higiene alarmante, aunque lo de menos sea entrever las miserias que enredan la situación de las trabajadoras afectadas; resignación por el miedo o pasotismo que esconde el silencio de los equipos directivos y técnicos, cuando no directamente sumisión a quienes mandan.

Y sin embargo tengo que reírme del gobierno. Me río, porque estoy convencida de que lo que el equipo de gobierno quiere decir con la suplencia de las bajas de unas compañeras con otras en un centro significa, en demasiadas ocasiones, que en el mismo tiempo una limpiadora tendrá que limpiar lo de dos. Como también me río (de impotencia) cuando leo que se van a recortar las horas de limpieza de los edificios públicos aunque quienes lo deciden prefieren siempre denominarlo con alguna de esas palabras que se han puesto de moda para indicar eficacia: la limpieza ya no se mide en el tiempo necesario para eliminar los microbios, sino en la rentabilidad oportuna para simular en diferido que se produce tal desinfección profiláctica.

En mi caso ya he perdido la esperanza de que recuperemos el derecho a nuestra dignidad. No tenemos la comprensión de la ciudadanía, pero tampoco nosotras mismas sabemos luchar en común para que se reconozca nuestra labor y nuestro derecho a un sueldo digno. Nuestro país sigue funcionando por enchufismo, aunque a veces se le de un barniz de mérito y capacidad, y así no se puede avanzar en justicia e igualdad laboral: es más fácil favorecer a unas trabajadoras sobre otras porque se compra su lealtad y se divide al grupo. Es preferible que quien tenga que informar del cumplimiento de un contrato reciba una dádiva en forma de productividad, porque así su informe no tendrá que ajustarse a la realidad, sino a lo que quieren los amos. No importa que una trabajadora que se encuentre de baja a su vuelta deba realizar un sobre esfuerzo extra para recuperar el tono de limpieza normal que su puesto tenía antes de su baja: lo que importa es que no se vaya a soliviantar el AMPA del colegio o enfadarse el alcalde.

Parece que el ser humano no ha evolucionado demasiado en cuanto a su comportamiento grupal, salvo en el papel. Lo digno sigue siendo lo que dicta quien tiene los medios para divulgar su opinión y razón con más demagogia o fuerza. Y yo, y muchas como yo, no tenemos medios ni, por tanto, dignidad reconocida para sentirnos merecedoras de un respeto real, de dejar de ser un mueble a ojos de los poderosos.

Nos cuenta el tribunal de cuentas que los servicios privatizados son más baratos si se prestan de manera directa, además de que son más eficientes. No me extraña. Lo que sí me extrañaría sería que el alcalde de Corvera se propusiera recuperar la limpieza de edificios públicos ahora que concluye la concesión administrativa a la empresa DAORJE. Parece haber una buena complicidad con una empresa que no sólo presuntamente incumple en demasiadas ocasiones aquello para lo que ha sido contratada, sino que realiza las sustituciones de manera teledirigida o emplea a trabajadoras del servicio de limpieza viario de otro ayuntamiento en lugar de a las fijas del propio ayuntamiento; buena complicidad con quien deja a sus trabajadoras sin ropa o calzado: por mucho que se diga lo contrario sólo hay que ver qué ropa llevan algunas de sus trabajadoras para comprobar la veracidad de lo que ya desde hace tiempo vienen reclamando en privado.

No. No se me ocurriría soñar con que Corvera remunicipalizara el servicio de limpieza. Ni siquiera con que el nuevo contrato de limpieza exigiera de las empresas participantes un comportamiento ejemplar con sus trabajadoras, por no hablar del estricto cumplimiento del contrato, limpieza de cristales incluida; aunque esto fuera muy factible legalmente no veo que a nadie le importe lo suficiente como para que quienes tienen la sartén por el mango decidieran salir de su zona de confort y pensar en la dignidad de nuestro oficio. El único sueño que se me ocurre soñar es que esa niña, hija de limpiadora, logre un oficio en el que no acabe sintiéndose como un mueble, ni tenga que plegarse en silencio para sobrevivir sin tener que suplicar lo que debería ser un derecho.

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