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La insensibilidad de la Administración pública

17 de Diciembre del 2009 - Ceferino Peruyera Cordera (Villaviciosa)

Todas las personas que hemos tenido la necesidad de acudir en alguna ocasión a los servicios sanitarios del Hospital de Cabueñes, especialmente en horario de mañana, conocemos la enorme dificultad que representa poder estacionar el vehículo en los alrededores del mismo. Verbigracia, el pasado jueves 26 de noviembre, después de dejar a una enferma en la sala de urgencias, tuve que vagar por los aparcamientos durante 35 minutos antes de encontrar un sitio donde dejar el coche, el doble del tiempo que necesité para llegar hasta allí procedente de Villaviciosa.

Se pueden imaginar que esos minutos se me hacían eternos pensando que había dejado sola una persona mayor, enferma, con casi nulas posibilidades de valerse por sí misma. Encontré, finalmente, una plaza en uno de los caminos aledaños a las instalaciones del hospital, por cierto, lleno de coches en ambos sentidos de la marcha, pero con espacio más que suficiente para permitir cómodamente, a pesar de ello, el cruce de dos vehículos en el espacio libre del centro de la calzada.

Cuando horas más tarde, finalizada la consulta médica, regresé a retirar el vehículo para recoger de nuevo a la enferma y regresar a casa, me encontré con una denuncia en el parabrisas y pude ver fugazmente, alejándose, la silueta de un policía municipal, que, supongo, se iría muy satisfecho tras la productiva labor realizada, pues al igual que a mí mismo, había dejado sendas felicitaciones prenavideñas a otros 30 o 40 –al menos– vehículos más.

Y aunque la mano ejecutora de la fechoría es don, pongamos, 2614, remedo del viejo John Wayne cabalgando sobre un moderno vehículo rojiblanco de dos ruedas, diseño «Starsky & Hutch», ejerciendo enfundado en una chupa roja, estilo Policía Montada del Canadá y tocado con un enorme casco, modelo Hormiga Atómica –new look del superpoli de Cimadevilla–, la responsabilidad de esta acción, un atropello saturado de insensibilidad social y de cinismo administrativo, recae por completo, a mi juicio, en el gobierno municipal. Pensar en ello me trae a la memoria un personaje de Ray Bradbury de la futurista novela «Fahrenheit 451», Guy Montag, quien ejercía su profesión de bombero con inusitada eficacia, no exenta de sórdida fruición, dedicado a la quema de libros, quien se permitía, insolente, el lujo de reír a mandíbula batiente cuando se le informaba de que en la antigüedad los bomberos habían sido personas dedicadas a la extinción de incendios.

Pero la realidad supera a la imaginación. Lo que a mis colegas en desgracia y a mí mismo nos sucedió es sólo la constatación fehaciente de la confusión de prioridades que produce en las personas el ejercicio del poder, transformándolas de servidoras del bienestar público en sátrapas dictadorzuelos, en déspotas tiranos de sus particulares territorios en los que ejercen de omnipotentes y prepotentes regidores bananeros, con absoluto desinterés por los problemas de los ciudadanos.

¡Cuánto agradeceríamos los sufridores usuarios de las vías de comunicación que las autoridades se dedicasen a facilitar el uso de las mismas, en lugar de actuar como bíblicos publicanos del erario público! ¿Dónde quedan las engoladas, demagógicas e hipócritas soflamas apologéticas que nos acosan a todas horas en los medios de comunicación insultando nuestra inteligencia, pretendiendo hacernos ver que las entidades públicas están volcadas en resolver nuestros problemas? ¿Para cuándo, de una vez por todas, quedarán limpias las instituciones de esta caterva de insensibles parásitos, explotadores de las desgracias humanas?

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