La Nueva España » Cartas de los lectores » Don Alfredo Valdés, un cura de la Cruz y de la Madre

Don Alfredo Valdés, un cura de la Cruz y de la Madre

11 de Noviembre del 2016 - Rodrigo Huerta Migoya (Porceyo (Gijón))

Toca hablar, ya desde el recuerdo y la oración, de otro cura bueno que se nos ha ido a la Casa del Padre, Don Alfredo Valdés. Ese hombre que también escondía en sí mismo el ser llavianu y candasín, mineru y pescador. De todo corazón vinculado él a estas dos villas que esconden en sus raíces, tan "rojas" como levíticas, tan proletarias como distinguidas, las cuales definen muy bien el carácter de los asturianos que siempre hemos estado detrás de los curas, igual con velas que con estacas.

Conocí a este gran sacerdote en su retiro en Gijón, donde durante dos años me confesé semanalmente con él en la Parroquia de San José, y donde siempre estaba a disposición de todos. Como él solía decir: ``los curas jubilaos somos como los pegoyos del horreu, que aunque ten podres y apolillaos, sirven de apoyu, a fin de cuentes´´.

Sabía lo que era sentirse un tanto "estigmatizado", pues su pertenencia a la "Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz" nunca le sirvió de tarjeta de presentación. Sin embargo, jamás ocultó su simpatía al hombre de "Villa Tevere", de cuya espiritualidad bebió siempre tratando de santificar cada faena y santificarse él mismo con ella.

El 8 de julio de 2008, el Prelado del "Opus Dei" visitó Asturias con motivo del Jubileo de la Cruz. A la Misa que ofició Monseñor Echevarría en la Catedral y en la que concelebró nuestro amigo, Don Javier afirmaría el citado en su homilía que: ``Si recibimos la Cruz con amor, si sabemos descubrir en su brazos una ocasión de unirnos estrechamente al Señor, encontraremos el resplandor de la verdad, el descanso en la fatiga, la alegría en nuestro caminar...´´. A la salida me encontré con "Alfredín" (como a él le gustaba decir) y sus ojos expresaban la emoción de un día feliz tras escuchar unas palabras que le tocaron de lleno. Bien sabía él lo que era abrazarse y configurarse al madero redentor, algo que ahora le llegaba en forma de diagnóstico facultativo.

Aún en Gijón, me llamaba de vez en cuando para invitarme a un café, para pasear y conversar sobre la vida misma. Don Alfredo y yo siempre nos entendimos muy bien, quizás por que yo sabía de sus cruces y penas como él sabía de las mías. Jamás le escuché hablar mal de ningún obispo ni de ningún cura, como tampoco se hacía altavoz de sus padecimientos ni buscaba para justificación alguna chivos expiatorios, pues creo que hay personas que por algún extraño motivo uno va entendiendo que llevan su procesión por dentro, aunque en ningún momento digan aquello de "esta boca es mía".

Pero además de la Cruz, nunca faltó en su vida la flor. Era hombre hondamente devoto de Nuestra Señora, pues no en vano había recibido las Sagradas Órdenes en la Basílica del Real Santuario de Covadonga, en el marco del Año Mariano de 1954 convocado por S.S. Pío XII con motivo del Centenario del Dogma de la Inmaculada Concepción. Hoy, de aquella promoción de 35 presbíteros tan sólo quedan cinco: Don Vicente Bernardo, Don Aurelio Viña, Don Enrique López, Don Constantino Rodriguez y Don Vicente Iglesias Bango. Gran "hornada" aquella y de tantos frutos, y a la que tantas gracias les debemos.

Su última residencia fue la Casa Sacerdotal, más durante el rectorado de Don Álvaro Iglesias Fueyo al frente de la Basílica gijonesa, retomó de nuevo contacto con la Villa de Jovellanos al venir los fines de semana a "echar una mano" en el confesionario.

He referido antes ya el tema de la confesión por una razón que tiene que ver con cierta actitud reacia con la que a veces son mirados los hijos de San Josemaria, cuyos varemos en materia penitencial son considerados o tenidos en algunos casos por demasiado arcaicos o exigentes, tal como la rumorología popular ha hecho extender. No digo que haya casos y casos, pero en lo que se refiere a Don Alfredo estoy seguro que jamás "espantó" a nadie del confesionario, ni tampoco regalaba los duros a dos pesetas, siendo, sin duda, fiel seguidor del Directorio de Moral de D. Aurelio Fernández.

En ese devenir de cruces y flores que es la vida misma, volví a verle más veces, sobre todo en Lugones, dónde vino a alguna que otra fiesta de la Parroquia, así como a la Capilla del Carbayu, en la que los sacerdotes de la Obra han celebrado ya unas cuantas romerías y retiros, desde la llegada del actual Párroco.

Don Joaquín quería mucho a Don Alfredo, pues además de hermano (casi hijo) en el ministerio, para él era "Cervero". Como muchos sabrán, en las villas de mar como Candás todos tienen su "mote", y el de la familia de Don Alfredo es ese: ``cerveros´´; que les viene por un antepasado que marchó a ultramar donde participó en la guerra de Cuba en el buque de la Armada "Almirante Cervera". Y cuando llegó a Candás, todos los amigos le dijeron: "Ahí va el Cervero", y así les quedó el apodo a toda la familia.

Me consta que también Don Alfredo apreciaba mucho al cura de Lugones, pues siendo éste un diácono recién ordenado, le hizo un favor que nunca olvidó. Me contó el de Laviana que por motivos personales le urgía encontrarse con el Sr. Arzobispo, que en dicho momento era Monseñor Osoro. Fue al Arzobispado con la intención de robarle aunque sólo fueran cinco minutos (le urgía de veras) pero aquella mañana la agenda del prelado era de esas en que no sobraban minutos sino que más bien faltaban, pues la sala de espera estaba llena de personalidades y gente a los que no se podía hacer esperar. Don Carlos Osoro acababa de llegar a Oviedo y le habían adjudicado al diácono candasín como chófer por su fama de buen conductor, el cual también hacia las veces de secretario, en un tiempo en que Don Carlos era aún Administrador Apostólico de Orense, y vivía más en la carretera que en la Curia. El caso es que nuestro protagonista intentó hablar con el Arzobispo a pesar de que todo el mundo le dijo que se olvidara, que esa mañana era imposible, pero se encontró con su medio paisano al que él llamaba de forma cariñosa "Joaquinito" y le explicó su problema... Don Joaquín frunció el ceño, se quedó pensativo y le dijo: mire, en el instante en que acompaño al que sale y voy a llamar al siguiente le cuelo; quédese aquí conmigo y en cuanto salga el que está, le cuelo. Así fue como D. Alfredo logró su propósito, y cuyo detalle nunca dejó de agradecer.

Ahora sus restos vuelven a sus orígenes; vuelve a su tierra de la que por decir sí a Cristo salió pero de la que no renunció ni nunca olvidó. Allí, a los pies de María Reina del Otero, descansará en espera de ser examinado del Amor. Estoy seguro que tendrá "Matrícula" y que su última mirada fue para Ella, como muere un llavianu piadoso: ''Cuando a Ti vuelva sus ojos, al instante de morir''.

Cartas

Número de cartas: 45910

Número de cartas en Septiembre: 14

Tribunas

Número de tribunas: 2079

Número de tribunas en Septiembre: 1

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador