¿Qué nos está pasando?
Cuando un candidato a presidir la mayor potencia mundial se dedica a insultar, calumniar, vejar, despreciar a mujeres, inmigrantes, afroamericanos y musulmanes; cuando muestra unos sentimientos homófobos, racistas e intransigentes, cuando de forma soez arremete verbalmente contra los oponentes y sale elegido, algo dramático está ocurriendo en la sociedad.
Cuando en otro país, la cuarta potencia de la Unión Europea, según dicen, los acusados de corruptos, investigados por la justicia, incluso algunos de ellos condenados, son absueltos por los votos de sus electores y no sólo ganan elecciones sino que incrementan el número de adeptos, algo anormal está sucediendo en esa sociedad.
Cuando en esa misma nación las crisis provocan que se castigue a las clases obreras y trabajadoras con recortes y encarecimiento de los servicios públicos, cuando el partido en el poder pide préstamos para rescatar entidades financieras y, en cambio, condena a la miseria a las clases más vulnerables, cuando ese mismo Gobierno eleva el impuesto más injusto e insolidario y crea tasas sanitarias, y los electores siguen depositando la confianza en ese partido políticos, algo difícilmente justificable acontece en esa sociedad.
Cuando en la mayoría de los países de Occidente hay partidos claramente racistas que anteponen sus ambiciones al bien común, que ante la sensibilidad de los demás responden con agresividad verbal y física, algo terrible sustituye los valores éticos y morales.
Si somos incapaces de entender que formamos parte de la comunidad de seres humanos, iguales en derechos y deberes, y que el hecho físico de nacer en una parte u otra del planeta, de pertenecer a una u otra raza, de profesar una u otra religión, no merma o incrementa la equidad que debe presidir el comportamiento con nuestros semejantes.
Mientras pensemos que los que se trasladan de su zona de nacimiento a otra más segura o simplemente más rica son ciudadanos de tercera que vienen a molestar, a robar no sé qué puesto de trabajo; mientras nos consideremos dueños de tierra y hacienda, y coloquemos muros o vallas, criminales algunas de ellas, para defendernos del que llega huyendo de guerras o hambrunas, este mundo avanzará hacia el caos. Porque ¿dónde ponemos la frontera, en la nación, la autonomía, la ciudad, el pueblo, la comunidad de vecinos? Puestos a discriminar, podríamos discriminar a los aldeanos que abandonan las tierras y se van a la ciudad en busca de un futuro más halagüeño.
La discriminación, el mirar al diferente como enemigo y, por tanto, culpable de todos los males nos aboca al desastre, porque además de egoísta se es injusto.
No olvidemos que la II Guerra Mundial la inició un loco que votaron sus conciudadanos y que inculcó en la sociedad de su tiempo el odio hacia un colectivo, el de los judíos.
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