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Alcohol y menores de edad

22 de Noviembre del 2016 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

La muerte de los menores es esencialmente muy dolorosa, y muchísimo más cuando se produce en un entorno de supuesta normalidad social. Recientemente trascendió que una niña de 12 años había fallecido por ingesta excesiva de alcohol en un "botellón" celebrado en un descampado, en San Martín de la Vega (Madrid). Posteriormente, otra menor, en esta caso de 13 años, fue hospitalizada en Vigo por la misma causa.

Digan lo que digan las leyes, hacer "botellón" se ha convertido en una especie de derecho juvenil, hasta el punto de que es una de esas ocasiones en que una generación habitualmente pacífica se encoleriza hasta la violencia si la autoridad intenta prohibírselo. Algunos ayuntamientos incluso habían previsto una zona especial para que los jóvenes se concentraran allí a beber y no causaran problemas en otros sitios. Pero esto, creemos, que es un modo de mirar hacia otra parte y tampoco funciona.

Con independencia de que las autoridades municipales españolas se tomen bastante a la ligera un tema tan preocupante como el de las reuniones masivas de jóvenes con el único propósito de emborracharse , la culpa no solo es atribuible a las instituciones. Porque, ya me dirán ustedes, ¿qué hacen dos crías de 12 y 13 años bebiendo de esa manera? ¿No será también responsabilidad de unos padres un tanto permisivos?

Por supuesto que por parte de la autoridad competente se debe perseguir la venta de alcohol a menores, con serias sanciones económicas a quienes incumplan la prohibición de hacerlo. Asimismo, las diferentes administraciones deben poner todo de su parte para impedir que los adolescentes se reúnan a beber en la calle, perturbando la tranquilidad nocturna a la que todo ciudadano es acreedor.

Pero no pretendamos que otros nos arreglen el problema doméstico; asumamos como padres responsables la obligación de educar a nuestros hijos, y aprendamos a decir NO las veces que hagan falta. Si ocurren calamidades como estas es en buena parte debido a que determinados progenitores consienten más de lo que debieran.

Y tampoco se trata de prohibirles salir con los amigos, ni muchísimo menos, sino de estar pendientes de cuándo y en qué condiciones vuelven a casa. Y a partir de ahí, eso sí, tomar con urgencia ciertas medidas.

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