Karma sucio

21 de Noviembre del 2016 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

Hoy, otra vez, volví a despertarme a las tres. Me ocurre desde hace varias semanas, y ya no puedo volver a dormirme. He ensayado diversos métodos para intentar solucionarlo, por ejemplo, no dormir la siesta, irme bastante tarde a la cama; incluso probé con algún somnífero... pero nada, no hay remedio. A las tres en punto de la madrugada mi sueño se interrumpe y me encuentro de repente entre las sábanas, fresco y espabilado como un ordenanza eficiente.

La cama, sin poder dormir, me aburre y me irrita, asi que salto fuera de ella y deambulo por la casa, me tomo una infusión, leo, escribo, en fin, empleo el tiempo de cualquier forma a la espera de la llegada del alba.

Ahora, finalmente, me he decidido a ir a un médico y contarle mi problema. Después de varios análisis, sangre, orina, heces, inspección ocular, estetoscopia cardíaca y respiratoria y qué sé yo cuánto más, el galeno concluyó que todos los valores eran normales. Vamos, que está usted como un roble, me dijo, dándome una palmada en la espalda, mientras me despedía de la consulta.

Sin embargo la madrugada siguiente, a las tres, mis ojos se abrieron de nuevo como dos faros de Alejandría.

Una amiga, muy religiosa, me aconsejó visitar al padre Silvino, un hombre próvido, por lo visto también de gran sabiduría, que sin duda podría aconsejarme para tratar de solucionar mi problema. Pero una vez con él, el religioso centró todos sus argumentos explicativos en unos supuestos remordimientos de conciencia que, como expiación, volvían a mis noches para que los sufriera en vida. Y así, con la posibilidad de esa enmienda, evitar males mayores en un futuro purgatorio. Debía de sentirme afortunado por ello, me dijo, no todos disponían de tal prerrogativa. Además, tres padrenuestros, cinco avemarías y un rosario de misterios gozosos, todo ello rezado durante mi vigilia nocturna, haría que luego durmiera como un neonato.

Esa noche, sin embargo, a las tres mis ojos se abrieron de nuevo y, puesto a los rezos, una falta de concentración en mis plegarias me invadió con el desasosiego del insomne y espeluznantes representaciones mentales de ángeles y demonios que se me aparecían batallando por mi espíritu.

Con el fin de preservar la salud de mi psique abandoné radicalmente la solución religiosa y me fui al pescadero de mi barrio, que es un gran aficionado al yoga. Al confesarle mi tribulación le faltó tiempo para aconsejarme que me pusiera en manos de Rajyan Krishnamurti, un hindú que dirige sus asanas y flexiones, y también un ashram cercano de gran afluencia de discípulos. Rajyan enseguida me descubrió que todo era una cuestión de maya. Ilusión, en el mundo todo es ilusión, me aseguró, Todo es maya. Tienes que interiorizar eso en tus noches insomnes, darte cuenta integralmente de ello y... ya sabes, mucho Om mani padme hum.

La noche siguiente a las tres despierto de nuevo. Pero de nada sirvió la interiorización, la consciencia integral de maya, ni el mucho Om mani padme hum. La vigilia fue total.

Y no dispuesto a soportar más madrugadas de jácaras eclesiales o concentraciones hindúes corrí a visitar a Lobsan Nagarjuna, un budista que vive aquí cerca, unas calles mas abajo. Según él toda mi contrariedad resulta ser una cuestión de karma sucio. Y mientras no consigas limpiarlo, así van a estar las cosas, me aseguró.

¿Y cómo se hace esa limpieza? le pregunté interesado.

Con humildad y acción recta fue su respuesta.

Así que me busqué un trabajo humilde y de rectitud en los actos: me hice vigilante nocturno.

Ahora duermo de día.

¡Pero qué bien!

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