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La estupidez: clara y distinta

18 de Noviembre del 2016 - Javier Suárez Piedralba (Piedrasblancas)

Descartes, alguien a quien el tiempo de su época lo colocó en la falta de superación de la metafísica tradicional, mantenía fuertes convicciones deterministas, como el mecanicismo de los organismos animales. Este determinismo no es sino uno de los tantos hilos que conforman la telaraña del esencialismo. Entendemos por esencialista aquel ser que cataloga por sexo, especie y razas, y les da unas cualidades internas específicas que, según ellos, se derivan de su condición terrenal. Algunos de estos desalmados afirmaban que los indígenas latinoamericanos eran inferiores porque desconocían a nuestro dios, nuestro idioma. Otros sostenían que los animales carecían de emociones porque comen otros animales, porque tienen instinto de supervivencia y, como la realidad es insensible, carecen de amor. Finalmente estaban los que condenaban la inteligencia de la mujer, por ser más aptas en las tareas del hogar y en la ética del cuidado.

Hoy día nos hacemos llamar, por justicia, ante todo, y por salud democrática, existencialistas. Esto es, la esencia ya no precede a la existencia, sino que la existencia precede a la esencia. ¿Qué más da ser niño, varón, mujer, caucásico, asiático, creyente, ateo, español, búlgaro, etcétera? Todos somos agentes morales y potencialmente podemos aspirar a lo mismo o, al menos, desearlo. Negar la esencia es la igualdad de mínimos, es el respeto básico.

Pero, lamentablemente, cual teoría de cuerdas social, de tira y afloja, parece que lo que el tiempo dilata también lo contrae. La estupidez y la política de etiquetas, junto con el discurso políticamente correcto que no dice nada más que simples tautologías de andar por casa y frases hechas de populismo enraizado, han logrado que aquello que nos une, la descalificación de la esencia, se convierta en algo gradual, y sin escrúpulos (lo que finalmente destruye el grado). Entonces viene la sinvergonzonería intelectual, que como los grados del conocimiento de Platón, empieza por la creencia, sigue con cosas y ahí se queda, pues el discurso racional es sustituido por el revanchismo de la individualidad y el ego de una lucha a veces inexistente.

Todo esto pasa por el deseo de ser claros y distintos, tal cual las ideas de Descartes, paradójicamente, dando prioridad a aquello que parece sonar nuevo y que se diferencia de la mayoría. En verdad el posmodernismo ha conseguido lo indecible para Mill: la tiranía de las minorías; siendo estas, y muy pocas de ellas, las que, a juicio de claros y distintos, siempre tienen razón. Para esa gente es el mundo el que se constituye por la ceguera de la mayoría: irracional y conspiranoica.

Perdónelos, Descartes, porque usan tus condiciones de conocimiento al margen del razonamiento, y sonría, pues el criticismo infundado está abrazando el mecanicismo de su siglo a niveles intolerantes, con la sola evidencia de la estupidez.

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