800 años de frailes predicadores
La orden de los frailes predicadores celebra en este año su ochocientos aniversario. Es de admirar que algo humano dure 800 años.
Muy sólida estructura ideológica hay que tener para mantener en pie, durante tantos siglos, tan magnífico edifico.
Mucho quehacer renovado para sostener el espíritu a través de tantos avatares.
Cualquier fraile dominico o cualquier persona vinculada a esta orden religiosa se siente orgulloso de su historia, grande entre las grandes.
La orden de los predicadores aportó a la historia de la humanidad personajes de relumbre universal: científicos como Alberto Magno; filósofos y teólogos, como Tomás de Aquino; artistas de la categoría de fray Angélico; sabios astrónomos y pensadores como Giordano Bruno, quien fue condenado a la hoguera por defender sus tesis; críticos frente al poder político y a una Iglesia jerárquica corrompida como fue Savonarola, quien también pagó con su vida en la hoguera frente a la señoría florentina y al Papa romano.
Sin embargo, no es preciso remontarnos tan lejos en el tiempo: hace una década nos dejó Fernández Moratiel, ilustre dominico digno de figurar entre los grandes. Se dice que a éste lo dejan morir poco a poco, aplicándole la vieja política romana de la “damnatio memoriae”.
Dentro o fuera, ningún dominicano podrá renunciar a la búsqueda de una verdad siempre esquiva y en permanente mutación. Como decía Giordano Bruno, “toda la tierra es patria para un filósofo”.
Pero el esplendor y la gloria de tiempos pasados se ha convertido hoy en camino sembrado de abrojos y de incertidumbres para los “predicadores” del siglo XXI.
“A nuevos tiempos, nuevos cantares”, decía mi abuelo, pero ¿quién creará los nuevos cantares? ¿Quién responderá al hombre actual con canciones que lleguen a su corazón...?
La Iglesia de nuestros días y las instituciones creadas por ella a lo largo de los siglos, hoy se manifiestan como yacimientos arqueológicos que guardan reliquias del pasado.
Y aunque nuestros tiempos sean malos tiempos, también para los dominicanos, “nada está perdido si tenemos el valor de proclamar que todo está perdido y hay que comenzar de nuevo”.
Desde la diáspora, pero con amor perdurable.
Fernando Suárez
Oviedo
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