20-N: los ausentes
Hace ahora ochenta años, en los tiempos de zozobra y orfandad que siguieron a la prisión y ejecución de su líder fundador (y antes de su abducción por quien le seguiría en el tránsito exactamente treinta y nueve años después), los camisas viejas, en su connatural querencia simbólica, reservaban respetuosamente un privilegiado sitio vacío a quien, también con iluso voluntarismo, denominaban El Ausente.
El 20-N, en una orgía hipócrita de culto a la infancia entronizada por el consumismo de jalogüín y parque temático -globos, chuches, disfraces y serpentinas- celebramos ahora el Día Universal del Niño, soslayando que somos un mix de castas, gentes y plebe donde el control de la natalidad, frecuentemente frívolo y suicida, se asienta sobre un pilar manchado de sangre inocente: el negocio, el estímulo y el elogio del aborto libre como indiscutido e indiscutible derecho natural, sublime liberación y épico logro social. Sin duda, por esto y por más, somos una civilización a la deriva, impostada de progresía, tan buenista, tolerante y calzonazos para lo que dicta el pensamiento único como resolutiva, agresiva y despiadada para otros menesteres.
Haciendo concesiones a la misma efectista y cínica escenografía que, tarde o temprano, nos llevará a copular ante las cámaras en el propio hemiciclo, y a dar de mamar en el estrado a los supervivientes de las camadas, ¿cabe esperar que, en sucesivas ediciones de un 20-N para menores, alguien -empezando por Google- reserve una esquina del homenaje festivo a los ausentes, exhibiendo también cunas vacías?
Julio L. Bueno de las Heras, Oviedo
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