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La industria del cine, ¿arte o negocio?

14 de Diciembre del 2016 - Javier Suárez Piedralba (Piedras Blancas)

Soy, como muchos de ustedes, una persona cinéfila. No lo afirmo en el sentido más elitista y culto de la palabra, pues, en mi caso, la circunstancia de haber nacido a mediados de los noventa y la pluralidad de formas para divertirse e informarse impiden que así sea (el tiempo es valioso y limitado), sino en el sentido más básico por definición: voy muchas veces al cine y me gusta ver películas en casa.

Hará un mes que a mis amigos y a mí nos dio por cambiar de aires, y en vez de usar nuestro tiempo de ocio en el cine de Avilés, nada económico para los bolsillos de cualquiera, fuimos a los de Oviedo. Allí la entrada nos costó 9,50 euros, lo están leyendo bien, muchos sabrán de lo que hablo. No me quiero imaginar lo que le puede costar ir al cine a una familia numerosa, de niños inaguantables, los cuales demandarán los fines de semana algo de "opio" (entendiéndolo como cultura o entretenimiento) que les tranquilice.

Lo que sí puedo llegar a imaginarme es la cantidad de dinero que me he dejado personalmente en el cine, y muchos de ustedes estarán en mi situación de hartazgo. Este 2016, y aún me queda un mes para subir la lista, he ido al cine 28 veces. La calidad de las películas fue variada y desigual: desde las nominadas a los "Oscar" presentes en la cartelera de enero hasta los mejores "blockbuster" del actual otoño, pasando por películas del montón más olvidable. Aun teniendo en cuenta las gangas de los días del cine y de los días del espectador (que han vuelto a subir su precio), este año me he dejado en la industria unos 300 euros (12 euros por sesión: 7 euros en la entrada, 5 euros en las palomitas), una quinta parte de lo que gana un padre medio en un mes.

Tal es el linchamiento y la soberbia del sector que les incito a que hagan un experimento mental conmigo.

Imaginen que van al cine y gastan por entrada, sin contar el capricho de las palomitas, 9,50 euros. Eso es lo que les cobran por verla una vez. Si quieren verla una segunda vez ya instalados en la privacidad de sus hogares, por los medios legales y, según el Estado, siendo morales, deberán comprar su DVD, que cuesta unos 25 euros, para verla las veces que quieran. Por lo tanto, podrían dejarse unos 35 euros en cada película que ven y que quieren volver a ver.

Ahora visualicen un ejemplo práctico para caer en la cuenta de la majadería voraz de la industria cinematográfica: imaginen que pagan la mitad del valor de un libro, o un tercio de su valor, pero tienen que devolverlo cuando lo acaban (sería un equivalente de las películas en el cine). Prosigan pensando que pueden recurrir a una biblioteca (el equivalente del cine más próximo sería el videoclub), y por dos días de posesión del libro les clavan 2 euros. ¿Conclusión a la que llegan?: esto es puro negocio.

Así se termina con el derecho a la cultura y se impone el arte como negocio. ¿Realmente queremos menos piratería? O rebajamos el precio de las entradas de cine o ya estamos regalando la película en DVD al salir de la sala. No lo digo yo, lo dicen los datos: en los días del cine, cuando se abaratan las entradas, la industria se forra igualmente o incluso gana más. ¡Claro que es lícito intentar beneficiarse con tu trabajo! ¡Faltaría más! Pero el origen de este artículo y su denuncia se debe a determinadas opiniones de las mentes del sector del cine (algunos directores y políticos) que nos llaman corruptos por beneficiarnos de los servicios de internet cuando nos están ahogando con nuestros gustos y pasiones. Parecen no entender, por ejemplo, que los videoclubes atienden a un formato desactualizado (lo mismo si hubiese "bibliotecas" de cine públicas), que son algo impropio de la era de internet. Por eso tenemos las webs mensuales, que son videotecas más cómodas y proporcionalmente más económicas, como Netflix, Wuaki.tv, la recién incorporada HBO, Movistar, etcétera. Pero ninguna tiene el monopolio del catálogo universal de todas las películas existentes al alcance del clic del ratón. Es decir, sigue habiendo lagunas.

Señoras y señores, los videoclubes ya han desaparecido prácticamente. ¿Cuánto tiempo tardarán los fundamentalistas avariciosos del Séptimo Arte en cargarse el cine como espacio de ocio? Os lo pregunta una persona que va al cine casi todas las semanas, paga Netflix mensualmente (10 euros) y que sigue viendo series y películas por internet para suplir los huecos de la cartelera mientras cose los agujeros de su propia cartera.

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