La Nueva España » Cartas de los lectores » Tribuna » Sefarad por doquier

Sefarad por doquier

5 de Diciembre del 2016 - Agustín Hevia Ballina

Quiero acercarte, lector amigo, a un tema para mí apasionante, un tema al que deseo acercarme con una carga de admiración excepcional: simpatía, cariño, afecto son presupuestos que anteceden a estos datos que irás descubriendo sobre el mundo de Sefarad en esta tierra nuestra, que es Asturias, en la que se halla la Puebla de Maliayo, donde, entre tantas feligresías objeto de mis cariños, se encuadra la para mí eximia sobre todas, mi tierra de nacencia, la de ese pueblo que porta nombre de raigambres lejanas, el pueblo de Lugás, con ese santuario de la Virgen de mis querencias, de mis amores, el "lugar en que Ella posó sus pies", nuestra Santina del alma, la Virgen de Lugás.

Sefarad es esa bendita tierra de la que nos habla con probabilidad la profecía de Abdías (1,20), cuando vaticina de ella así: "Los deportados poseerán desde Canáan hasta Sarepta, esos deportados, sí, en verdad, que están en Sefarad y poseerán las ciudades todas, sin ninguna excepción, hasta el ansiado Neguev". Siempre deportados, deportados a Egipto, deportados a Babilonia, deportados del pueblo judío de Israel, deportados de las mil persecuciones, que fueron moldeando y dando carácter a ese pueblo perseguido de modo constante en toda la Historia. Los países adonde fueron llegando fueron muchos (léelos en los Hechos de los Apóstoles), también a esta tierra nuestra, que es España, así nominada Sefarad, la tierra de la gran promesa, la tierra segunda de la gran esperanza, la tierra que, marcada con el calificativo de santa, los acogía o los rechazaba. Sefarad fue tierra de acogida, de cercanías, de ilusiones compartidas, de las grandes metas, de la gran ilusión.

Pareceríate el Israel de la perennidad una prolongación interrumpida, un zarandeo continuado por toda la Historia, con dos patrias ambivalentemente poseídas: de un lado, la Jerusalén destruida; de la otra parte, el Sefarad del después. En sempiterno errar, un judío errante, sin nunca acabar. Una patria ayer en Palestina, su tierra, la tierra de la gran promesa, la tierra de sus mayores, "la tierra que manaba leche y miel". En el Occidente, donde se acababa la tierra, allí donde cae el sol en las atardecidas innumerables, el Sefarad de los siglos, con una esperanza siempre vívida de ilusiones, de, en novedad, volver a empezar.

Subtítulo: Los duros y amargos destierros

Destacado: En la misma valija de su mísero equipaje, en su mente y corazón, un único supérstite y comunal bien: la lengua sefardí, el idioma de Sefarad, que, en perpetua añoranza, llevarían consigo los hijos de Israel

Una y la misma patria para tres culturas; tres religiones monoteístas en el Toledo ecuménico de su Catedral, la "Dives Toletana" para los creyentes cristianos en Cristo Jesús; de sus sinagogas de la Blanca y del Tránsito, para los judíos; de una aljama o mezquita, en fin, para los seguidores de Alá. Adoración expresada a Dios: para los cristianos, el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; para los judíos, Yahvé Dios, Adonai o Elohim; y Alá, para los seguidores del profeta Mahomet.

Un destierro amargo y duro a Babilonia, esclavitud en Egipto, liberación, promesas cumplidas con la llegada del Redentor, de Cristo Jesús, el año uno de la Redención. Año septuagésimo del inicio de la Salvación. Entre torturas de hambres inmensas -las madres lactantes forzadas a tener por manjar a sus tiernos infantes (Flavio Josepho teste)-, las tropas de Tito y de Flavio Vespasiano hollaron, con los cascos de sus caballos, el sancta sanctorum, el lugar santísimo que sólo a los sacerdotes era lícito pisar. No quedó piedra sobre piedra de aquel horripilante e inhumano cataclismo. El Israel de los siglos llevó, en inacabable diáspora, las esencias del judaísmo por el Mediterráneo todo, hasta arribar a las costas, entre otras muchas, del lejano Sefarad. Siglos y siglos de paz, de convivencia pacífica, de amalgamar en una las tres culturas. Entre el año septuagésimo y el de 1492, con altibajos, unas relaciones que favorecieron prosperidad y progreso ilusionados, bienandanzas y felicidad. Nueva fecha, con todo, fatídica, como un mazazo en las frentes de los hebreos, amaneció el trigésimo primero día del mes marcial de 1492, después de consumada la Redención. Por reales órdenes y supremas disposiciones del soberano, nuestro Rey y señor, quedaba decretado con perentorio lenguaje y terminantes formas de expresión: "Habrán de dejar los Reinos de España los hebreos todos, so pena de muerte y confiscación de sus bienes todos, salvo si recibieren la iniciación bautismal". Por miles, en improvisados barcos, abandonaron los puertos de Sefarad, para arribar a las costas del norte de Africa o a tierras de los Balcanes.

Un tesoro inextinguible custodiado en los entresijos mismos de sus almas y corazones, una común y materna adquisición, una lengua y un hablar el mismo y por doquier: un idioma sobreviviendo y conviviendo con los de los países de arribada, distinguiría a hijos y nietos de los deportados por perennidades e inacabables generaciones. En la misma valija de su mísero equipaje, en su mente y corazón, un único supérstite y comunal bien: la lengua sefardí, el idioma de Sefarad, que, en perpetua añoranza, llevarían consigo los hijos de Israel. Oiráslo, con sus sones armoniosos, por doquier, sea en Salónica o en Estambul, en Creta o en Chipre, en Malta o en Casablanca, en Argel o en Trípoli, en el Mediterráneo, por doquier. Es la lengua inextinguible de Sefarad, el sefardí o espaniolo, que sus hablantes sefardíes o judeoespañoles llevarán en sus labios, con gala y orgullo de su pasado.

¡Cuántas reminiscencias se me acumularon la tarde del día aquel en que en una tabernucha, cerca de la iglesia del mártir San Demetrio de Salónica, pude mantener grata conversación con un sefardí afincado en el lugar. Fue por el año 1967, en el mes de agosto, lo llevo bien custodiado en mi memoria. Cercano a la mesa, en que consumía parco yantar, un vejete de enroscados bigotes y muy pobladas cejas y aguileña nariz fumaba plácidamente su narguilé. A su pregunta "¿de dove sodes, mio amigo?". "Soy de Asturias”, repliqué yo. "E ¿dove se trova el tal logar?". "En Sefarad", volví a responder yo. "Ah, Sefarad, Sefarad", dijo el anciano. "E una terra felice e lontana. E la patria dos meos padres. Ah, Sefarad, terra dos meos carinnos e dos meos amores". Y me recitó una vieja canción sefardí. Para celebrar lo feliz del encuentro, me invitó el viejo aquel, de tan hondas raigambres sefardíes, a un "tourkiko café", que también dicen "café griego". Era el anciano un sefardí, en su enésima generación descendiente del antañón Sefarad, un judeoespañol que guardaba celosamente, cual un tesoro, la lengua y la llave que le legaran sus mayores de la casa, dejada atrás en su deportación, en la España, en el Sefarad siempre añorado. Para él, la lengua castellana, el sefardí del destierro, era su lengua de la familiaridad, que después volví a oírla, siempre tan armoniosa, en la misma Salónica o en Constantinopla, dicha en turco de Istambul, o en Creta, donde quiera que me "topaba" con un sefardí, que, en lejanía de siglos, era un español.

Hoy, el Estado español, para los descendientes de aquellos sefardíes, ha reconocido como un derecho inalienable la nacionalidad española. Los hijos y descendientes de aquellos sefardíes salidos de España para una nueva diáspora tienen pleno derecho a ser reconocidos como españoles que un día, ya lejano, hubieron de buscar nuevas moradas en destinos más acogedores para nueva patria y un nuevo vivir sefardí. "Ah, Sefarad, Sefarad, mea terra", exclamaré con el anciano aquel de la hermosa Salónica.

Cartas

Número de cartas: 48995

Número de cartas en Diciembre: 118

Tribunas

Número de tribunas: 2175

Número de tribunas en Diciembre: 3

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador