Monolíticos

29 de Noviembre del 2016 - José Luis Peira (Oviedo)

Acabo de regresar de un viaje por Francia e Inglaterra. En ambos países me he encontrado en pequeñas poblaciones con cenotafios o losas en las que aparecen los nombres de los caídos de la localidad en las dos grandes guerras mundiales. Suelen ser sencillos, solemnes, desprovistos de cualquier simbología religiosa. Reparar en ellos es una invitación al recogimiento y la reflexión. En algunas pequeñas poblaciones hubo muchísimas bajas, particularmente en la IGM; cabe pensar que algunos de esos pueblos perdieron toda una generación. Al menos, de varones.

Mi reflexión, además, añadía otro mirar: esos caídos, más allá de las causas y consecuencias de tales conflictos, eran los de todos. Eran las gentes de una nación, de sus pueblos y ciudades, que habían perecido en su defensa, más o menos.

Aquí, sin embargo, abundan junto a las iglesias de los pueblos las lápidas adornadas con simbología fascista en memoria de los caídos por Dios y por España, porque los otros se ve que habrían caído merecidamente por la anti España atea y no son dignos de consideración, como perros. No soy lo que se dice un forofo de la ley de Memoria Histórica, que, en mi opinión, podría tener un encaje mejorable, sin visceralidades, ni partidismos, ni ñoñerías, ni chuflas. Pero lo que es innegable es que esta España rancia sigue siendo un país de vencedores y vencidos, la de unos y no la de los otros. Mientras eso no cambie, seguiremos siendo un pueblo bárbaro y atrasado, en el que prospera el rencor mucho mejor que el entendimiento. Da qué pensar, también, eso de que a muchos no les entre en la cabeza la perversión que hay en sostener los símbolos de esa victoria. Conviene pensar en ello.

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