Pacatos sin reaccionar
La próxima revolución será moral o ya no importará. No es el libre mercado lo que falla, sino la libertad de las personas para participar en el mercado. Algunos aprovechan la coyuntura para cargar contra la libertad y el mercado, albando la virtud de un plan quinquenal. Un plan es lo que hay que tener, pero para poner en el centro la libertad individual de las personas y su dignidad.
«La revolución de los robots» prevista por la socialdemocracia alemana en 1956 ya está aquí: pero ni aporta tiempo libre ni sosiego a las personas. Adam Schaff lo decía muy claro en 1982: «el obrero ha muerto y con él la clase asalariada, incluida la de cuello blanco». Así lo expresó en «Microelectrónica y sociedad: para bien o para mal». Y, para bien o para mal, ya llegó. Considerar mercado que los algoritmos se enfrenten en bolsa a velocidades de nanosegundos sin intervenir persona alguna, es igualarlo al juego de las tragaperras. Lo que no puede ser es que, si la riqueza se ha de redistribuir para que los ricos jueguen a adquirirla, no exista una tasa Tobin o ITF con un algoritmo recaudador de impuestos. No usar los algoritmos y los robots para ayudar a las personas a que interactúen entre ellas y se procure un reparto de la riqueza, acabará dejando a los ricos sin juego para vender sus productos y, entonces: ¿en qué va a consistir su juego favorito? ¿En ganar elecciones y gobernar?
Con los robots y los algoritmos a punto de ingresar en la Universidad de Tokio, podemos producir más y más barato. Sin embargo, la producción «justo a tiempo» se detiene porque los pedidos desaparecen a la par que el poder adquisitivo de las personas. En éstas, algunos dirigentes, queriendo salvar a sus bancos, imponen austeridad a las personas y dejan sin actividad hasta a sus propios robots. Los sindicalistas se movilizan y piden que los robots paguen impuestos: ¿habrá que explicarles que la actividad de los robots crea beneficios y que es a esos beneficios a los que hay que gravar con impuestos? ¿La ONU y el FMI? Otros que no reaccionan: ni ante el cambio climático, ni ante la disminución del empleo y el comercio global: lo que no quieren ver, no existe. Pero sí existe: en EEUU, en 1964, el Comité Ad Hoc sobre la Triple Revolución con dos futuros Nobel de Economía (1974): Gunnar Myrdall y Friedrich Hayet, establece que: si no se aplica una distribución de la riqueza en forma de renta mínima o salario ciudadano a causa de la automatización de los procesos, sería real el peligro de una posible destrucción total atraída por populismos y fanatismos. Sólo hay una realidad posible: poner en el centro de todo la libertad individual de las personas y que ellas tengan la posibilidad de poner el precio en el mercado, así como su actividad vocacional. Nos lo dicen también Eduardo Arrojo Torrecilla y Juan N. Garcia-Nieto SJ, en: «Renta mínima garantizada y salario ciudadano», publicado por Cristianisme i Justicia en 1989.
En este mundo global, con las tecnologías de la información y los macro datos, el que triunfa se lo lleva todo dejando a los demás sin nada. La ensoñación por el pasado, la falta de fe y esperanza en el futuro y..., el rencor: harán el resto. A los líderes les diría: si no tenéis soluciones al menos enfocar los problemas. A los jóvenes políticos les preguntaría: ¿creéis que arrasando lo que hay ahora para recrear la Junta Central de Planificación se alcanzará algún progreso? Los panfletos siempre han parecido buenos, pero tienen poco vuelo.
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