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Acerca de los deberes escolares

28 de Noviembre del 2016 - Félix Martín Martínez (Oviedo)

Uno de los grandes logros del sistema educativo español, ha sido la puesta en funcionamiento de las asociaciones de padres y madres de alumnos. Todos creíamos que, dicha participación no haría sino enriquecer el más gigante proyecto al que un ser humano puede aspirar, su propia educación.

Sin embargo, no siempre, parece, que todos los que estamos en dicho proyecto rememos en la misma dirección, qué pena. Recientemente la confederación de padres y madres de alumnos se ha dispuesto a dictar a los profesores los deberes que tenemos que desarrollar en nuestra tarea profesional, instando a sus propios hijos al incumplimiento de sus tareas escolares en horario doméstico de fin de semana.

Los tradicionales deberes, habría que entenderlos (también deberían hacerlo todos los progenitores), como parte de la dinámica del proceso de enseñanza. Esto es, como la complementación de un programa académico que, el horario escolar no puede asumir. Son la oportunidad, precisamente, para que, tanto el alumnado de mayor rendimiento académico, como aquel otro que por las razones que fueren, no está al mismo nivel, aproveche la opción de su tiempo doméstico y con ello, para entendernos, ponerse al día. Los fines de semana son muy largos y dan para mucho. También para que padres e hijos, hablen y se comuniquen, expliquen sus experiencias escolares y humanas, reclamen con buenas formas las carencias que consideren, y celebren con alegría todo aquello que crean les favorece en su crecimiento como personas y como escolares.

Demasiados padres y madres ven en las nuevas máquinas de entretenimiento tecnológico, las herramientas perfectas para deshacerse de sus hijos en horario doméstico, sin preocuparse de si ese tiempo está siendo ocupado en juegos o tareas que los diviertan o los formen, o por el contrario en arriesgar su propia seguridad y dignidad humana.

Un niño al que en su propio hogar se le enseña a organizar su campo de juego, a colocar sus propios juguetes o pertenencias personales, avanza más rápidamente en la comprensión de que, la vida, a cada paso, le va a exigir tareas y deberes. A un niño al que sus padres le enseñan a no caminar encima de los bancos del parque comunitario, ni de un establecimiento público, aprende más rápido, desde estos deberes, a valorar sus propias pertenencias, tanto como las ajenas.

A todo esto y eso sí, la sociedad, la Administración y los propios progenitores, obligan al profesorado a la realización de algunos deberes, año tras año in crescendo, y en función de las necesidades de los tiempos. A saber: a los profesores se nos exige que seamos los enseñantes, claro, de nuestra propia asignatura, bilingüe, preferiblemente; ser los orientadores académicos y profesionales del alumnado; ser los psicólogos y tutores de su vida escolar, controlar sus faltas de asistencia e impuntualidades para comunicarlas cuanto antes a sus progenitores (aunque demasiadas veces hagan caso omiso de dichos comunicados); ser los programadores y acompañantes (24 horas al día incluso), de toda clase de actividades complementarias y extraescolares (eso sí, sin dietas ni para bocadillos); ser los organizadores de sus viajes de estudios, acompañantes y vigías en los mismos, guías turísticos, y hasta vigilantes nocturnos en los hoteles etc. (eso sí, se exige que dichos viajes no tengan un solo error); se nos obliga a ser guardias de seguridad y socorristas si fuera necesario, en toda clase de patios, pasillos o estancias escolares; ser consejeros nutricionistas y contra la obesidad; enseñar acerca de los riesgos de la anorexia o la bulimia; enseñar las normas viales y de comportamiento ciudadano; avanzar en las nuevas tecnologías, en los nuevos valores democráticos y en la igualdad de géneros, enseñar contra el racismo y la xenofobia; inculcar el respeto a las religiones, etnias y razas todas de la humanidad; se nos obliga a ser los orientadores contra el acoso, la violencia de género y la violencia deportiva; enseñar los valores ecológicos y medioambientales; se nos pide acercarlos al gusto por el teatro y por la música clásica (al resto de las músicas se acercan ellos solos); se nos encarga enseñarles el amor a los animales (como si fuéramos Félix Rodríguez de la Fuente); ser los disuasores de toda forma de drogadicción (botellón incluido, claro); educar contra cualquier forma de plusmarquismo (manía de lucir sólo prendas de marca), y, como decía, ser los enseñantes de cualesquiera otros deberes a los que la modernidad nos aboque cada día. Tantas tareas y cargos que, en definitiva, cuesta saber cuáles son los deberes que les quedan pendientes a los progenitores,

Y todas las labores anteriormente descritas, eso sí, por el mismo precio, esto es, por un sueldo ultra congelado, cuando no reducido o aplazado, complementado con la obligación de unos cursos de formación periódica que asumimos con rigor, y sin los cuales se pierde el derecho a la ocasional subida salarial del 1%.

Causa impotencia la convocatoria de reunión con padres y madres cada principio de curso, y a la que asiste no más que una quinta parte del total de los implicados. Da dolor tener que impartir clase a demasiados escolares que acuden a sus centros de enseñanza sin desayunar, con la consiguiente disminución de su rendimiento físico, e intelectual. ¿Dónde quedan los deberes de los progenitores?.

Si el profesorado no se inmiscuye en las tareas domésticas de los progenitores (aún pasando muchas ganas, en no pocas ocasiones), no ha lugar que se dé el proceso contrario. Es decir, que sean los padres quienes traten de programar la tarea de los profesionales que trabajamos con sus hijos.

Las estadísticas apuntan que casi un 25% de los niños, de 3 a 9 años de edad, tienen un televisor en su habitación; igual porcentaje referido a los últimos aparatos tecnológicos (móviles, tablets, ordenadores etc.) cuyo uso o abuso, requiere de unos deberes familiares, que obligan a una vigilia permanente. Da dolor conocer cómo demasiados escolares llegan a sus centros apenas sin dormir, por culpa del insomnio tecnológico (una patología, ya descrita por la ciencia) es decir, por haberse pasado toda la noche aferrado a su teléfono móvil. Da dolor conocer las estadísticas de la obesidad infantil, por culpa entre otras razones, de la quietud de su tiempo de ocio, y la casi desaparición de juegos callejeros y la actividad deportiva.

Los niños a quienes sus padres hayan enseñado a respetarlos, harán lo propio con su profesorado, serán unos escolares más responsables, y asumirán mucho mejor la idea de que su condición de alumno les exige deberes (no confundir con sobrecargas imposibles de llevar), en un claro objetivo de ayuda y colaboración de su propio proceso educativo. Por su bien, para entendernos.

Felix Martín Martínez,

profesor bilingüe del Instituto La Ería. Oviedo.

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