La Policía y la grúa hacen llorar a mamá
El pasado viernes 18 de noviembre, estacioné a sesenta metros del centro escolar donde estudia mi hijo de tres años. Al salir, quedé paralizada por al ausencia de mi coche. Descartada la idea de que me lo habían robado, llamé al depósito municipal de Oviedo, donde efectivamente me confirmaron que se encontraba allí.
Un agente local me había expedido una multa de doscientos euros por mal estacionamiento del vehículo más la recogida del mismo del depósito. En total la suma asciende a 284 euros. La hora que viene reflejada en la multa era las 12.10 y yo salí del centro a las 12.15.
Quisiera lanzar una pregunta al agente de la Policía Local que me multó y al Cuerpo en general. ¿He cometido una infracción tan grave como para tener que pagar 284 euros? En mi opinión la respuesta es no. Ni conducía con una tasa de alcoholemia por encima de lo permitido, ni me salté un semáforo en rojo que pusiera en peligro la vida de ningún peatón. Mi vehículo no molestaba a ninguna viandante ni impedía el paso a ningún otro vehículo.
Yo también defendía que la Policía estaba para ayudar al ciudadano. Pero ahora ya lo pongo en duda. Creo firmemente que ha sido una sanción meramente recaudatoria. Yo me encontré tirada en la calle, sin medios para volver a mi casa, embarazada de ocho meses y de la mano de un niño de tres años.
Por casualidades de la vida, mi hijo el día anterior salía entusiasmado por la visita en el aula de un agente. Ya sabemos cómo son los niños a esas edades: de mayor quería ser policía.
Con sólo una diferencia, su mito se desvaneció al ver disgustada a su madre. “La Policía y la grúa son malos que hacen llorar a mamá”. Ésa es la triste lección que mi hijo aprendió el pasado viernes y con la que todos deberíamos reflexionar.
Marta Isidro Rodríguez
Oviedo
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