Una de piratas

15 de Diciembre del 2009 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

O cuando los sueños se tornan pesadilla. Érase una vez un príncipe malo, un pirata bueno y una bruja hermosa. Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés. Los dos piratas traídos a España quieren volver a su tierra; normal, son demasiado jóvenes para pasar tanto tiempo fuera de casa. A uno de ellos le gustaría volver casado con una española (no precisa si como parte del botín). Algo tendría que hacer el Gobierno de España, el del anuncio, por que el chaval se salga con la suya, pues si las frustraciones sientan mal a cualquier edad, es bien sabido que en la adolescencia se viven particularmente mal.

Es más, el Gobierno del anuncio se podría inspirar en este caso para tener perfilada una estrategia ante nuevos episodios de piratería. Le bastaría mantener operativa una lista de cien chicas casaderas, no necesariamente doncellas (si los piratas se excedieran en sus pretensiones, ya se encargaría el bufete londinense de traerlos a razón). Nada nuevo bajo el sol; esa táctica ya la aplicaron algunos reyes medievales, seguramente de talante social-demócrata «avant la lettre», cuando aparcaban la insidiosa Reconquista (como tan certeramente la descalificó J. L. Cebrián, que ése sí que sabe) para organizarle al califa un festival de danzas del vientre, con músicas celestiales y menú gastronómico de alianza de civilizaciones.

Pero la urgencia del instante es aparejar el ajuar sentimental de este doncel (casi un infante) de la piratería. Precisamente la vicepresidenta primera del anuncio de gobierno, doña María Teresa Fernández de la Vega (que no de la huerta valenciana), ¿no es chica soltera?, casada con el zagal somalí, podría abrir un Consulado del Mar en Habdelhad, el pueblo del chico (que al parecer está muy preparado y aplica las nuevas tecnologías a los problemas de navegación). Sería un excelente fondeadero para la armada invencible de la almiranta Chacón (la de más valen barcos sin honra). La Catalunya de Rovira ya tiene una red de consulados de ésos; es verdad que España no tiene Estatut, pero ello no debiera ser óbice para que pudiera abrir alguno. En todo caso, de plantearse conflicto de competencias, el Consulado somalí de la ex vicepresidenta y consorte podría integrarse en la red catalana, asumiendo la divisa de guerra «desperta ferro» y cobrando de la Generalitat. Con un poco de imaginación y buena voluntad siempre se halla una salida antes de que la sangre llegue al mar.

Y si, en el peor de los casos, lo del Consulado del Mar no llegara a cuajar, nada impediría a la pareja instalarse en Mogadiscio, donde la ex vicepresidenta primera podría ejercer de embajadora o incluso de presidenta, que Somalia, según todos los indicios, anda bastante desgobernada. Sería maravilloso y perfectamente legal. Mírese por donde se mire, de este himeneo aparentemente rompedor sólo se seguiría prosperidad para la patria y paz aquende y allende la mar; así que, para qué darle más vueltas: –Boda, ya. Que se besen, que se besen. Boda de Estado. En El Escorial.

Y para terminar como habíamos empezado, todas estas cosas sucedían una vez cuando yo vivía en un mundo al revés.

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