Trueba

6 de Diciembre del 2016 - Antonio Quintana (Llanes)

No sé de qué se sorprenden. Las declaraciones de Trueba van en la línea de las realizadas, desde tiempos inmemoriales, por la mayoría de los miembros de la casta peliculera, que ésa sí es una verdadera casta, más exclusiva que la de los políticos. A fin de cuentas, de los aciertos de la política, que los ha tenido y los tiene, nos beneficiamos todos en mayor o menor medida. De lo que hacen Trueba y sus congéneres sólo se benefician ellos y cuatro o cinco más.

Lo dicho por Trueba es ofensivo para cualquier español, pero determinadas personas no tienen derecho a quejarse por esas palabras, ya que han mantenido, contra toda lógica y ética, esa lacra del cine subvencionado, de la que se lucran personajes así. Los que viven de hacer peliculejas –me niego en redondo a llamar cineastas a los que nunca lo fueron ni lo serán– han cogido la costumbre de soltar sus exabruptos progres a las primeras de cambio porque saben que, en aras de la "corrección política" y de un mal entendido concepto de la libertad de expresión, nadie osará pararles los pies. En parte, es cierto que Trueba tiene derecho a decir lo que quiera. Pero un individuo que ha medrado la mayor parte de su vida gracias a la subvención debería tener la vergüenza de guardarse para sí y sus amigotes ciertos comentarios, aunque no fuera más que por respeto a los españolitos de a pie, que, acogotados como están a impuestos, contribuyen con estos a mantener el execrable cine patrio. Un poco de respeto y un "saber estar" es lo mínimo que puede esperarse de una persona, por radical que sea en sus ideas. Pero Trueba, además de sectario, como casi toda la peña peliculera española, es un maleducado, un faltón de marca, de ahí su comentario.

Cualquier cinéfilo bien informado está en contra de las subvenciones al cine, herencia del denostado franquismo, que ni los más izquierdosos abogan por suprimir, aunque se muestren ansiosos por derribar estatuas y cambiar nombres de calles y plazas. La experiencia ha demostrado que ni siquiera el pusilánime PP, que ha sido y es víctima propiciatoria de las diatribas y ataques de los titiriteros del celuloide, está por la labor de cortarles el grifo a los peliculeros, así que tendremos no que acostumbrarnos, pero sí resignarnos a escuchar de vez en cuando "opiniones" tan "cultas" como las de Fernandito. Pero si por las razones que sean no se quieren eliminar las ayuditas a eso que algunos llaman "nuestro cine", me atrevo a proponer que la cinematografía patria se financie como la Iglesia católica. Es decir, que se habilite un par de casillas en el impreso de la declaración de la renta para que el contribuyente decida, con entera libertad, si quiere o no que una parte de sus impuestos sirva para financiar las subvenciones de las que se nutre tan improductiva y demagógica "troupe". Es más: creo que tal práctica debería extenderse a partidos políticos y sindicatos. Seguro que algunos marcarían la casilla del "sí", pero sospecho que, de llevarse a efecto mi propuesta, tanto peliculeros como políticos y sindicalistas sabrían, de verdad, cuánto los quiere la gente.

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