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Velas y catos para la esperanza

13 de Diciembre del 2016 - Javier Orozco Peñaranda (Gijón)

Andrés Manuel regresó de Asturias con una guitarra y con los cuatro balazos en el pecho que traía cuando vino. Los plomos disparados por el capataz no lo mataron de chiripa, pero las marcas del fuego le recuerdan a diario que desde las épocas de la esclavitud, que amenaza con volver, los negros y los mulatos no tienen derecho a la tierra, aunque sean propietarios. Tampoco los indígenas. Euclides está condenado al destierro por el despojo después de varias masacres del territorio embera eperara del alto Naya, en la selva húmeda del Pacífico, que fue el hogar de su pueblo los últimos tres mil años.

Andrés Manuel no sabe leer ni escribir. Algo aprendió a cancanear en medio año de refugio asturiano, pues desde niño sus lápices fueron el azadón y el machete, pero compone canciones que se bailan hasta la madrugada, regadas con ron blanco, en el festival de gaitas y tambores de Ovejas, su pueblo natal, fundado sobre el espinazo de una loma en el Caribe. Euclides habla en castellano y en octubre saludó a la chavalería de la asamblea abierta de estudiantes de la Universidad de Oviedo en su lengua, el sia pedee, que no tiene traductores en las tierras del orbayu.

Andrés regresó a Colombia hace veinte días. El deseo de viajar al Norte y abrazar a su familia y a sus amigos, que luchan contra el despojo de la finca "La Europa", se frustró a última hora cuando atentaron contra la vida de Argemiro, su compadre y relevo en la lucha por la restitución al campesinado de las tierras apropiadas por empresarios que financian el terror paramilitar. Al Sur, el 8 de diciembre, Euclides y su pueblo encendían velitas blancas para la Virgen en los bordes de los cañaverales infinitos del Valle del Cauca, propiedad de las pocas familias de latifundistas dueñas por siempre de tierras, leyes, vidas y almas.

Los cinco refugiados colombianos que regresaron de Gijón continúan la defensa de la dignidad humana y de los bienes comunes, y reclamaron del Gobierno colombiano las garantías necesarias para sus vidas y para las de sus pueblos, acosados por un plan de exterminio impune que amenaza con seguir la tradición de no respetar la veda ni en el "Día internacional de los derechos humanos".

Las velas se apagaron en los cañaduzales del Valle, pero no la esperanza de Euclides ni de los indios embera de regresar a la selva y volver a tener un territorio para evitar la extinción de su pueblo, su idioma y su cosmovisión.

Andrés, el campesino más aplomado de Gijón, afinó la guitarra que le regaló un amigo, se despidió de La Calzada, de Pachakuti y de las gentes solidarias que los acogieron, y a estas alturas del año de la paz sigue cantando al sol verdades en medio de las balas.

Aún se oye en el arbeyal y en la única universidad que ha pisado "Yo quiero mucho a mi tierra y recuerdo todos los días, el verde de las montañas, de los montes de María".

Javier Orozco Peñaranda

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