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Adolescencia y educación

13 de Diciembre del 2016 - José Manuel López García (Gijón)

Indudablemente, la adolescencia puede ser una etapa compleja en lo relativo a la conducta. Es evidente que la labor principal y fundamental respecto a la educación de los niños y adolescentes corresponde a los padres.

Lo que no debe ser es que los centros educativos hagan la función de padres respecto a un cierto número de adolescentes, que llegan sin la suficiente educación y respeto a la enseñanza reglada y formal.

Existen normas de convivencia que los profesores explican a los alumnos y que son de obligado cumplimiento. Los docentes son autoridad pública y se les debe respeto y obediencia.

Afortunadamente, la mayoría de los adolescentes es respetuosa, porque desde pequeños han sido educados correctamente, con afecto y también con disciplina y normas.

Otros, en cambio, parece que han hecho lo que han querido, sin ningún tipo de límites respecto a sus comportamientos, y esto ha llevado a que se comporten como auténticos maleducados, por no utilizar otras expresiones más duras.

Y es que la permisividad no es buena estrategia educativa, porque fomenta la anarquía y el desorden más absoluto en las actitudes. Lo que no quiere decir que los adolescentes no puedan disponer de libertad, pero con unos límites razonables.

La crisis de valores que está padeciendo la sociedad actual es algo muy grave, porque parece poner en entredicho la pertinencia de la bondad, el respeto, la justicia, la solidaridad, la verdad, la tenacidad, el esfuerzo, la constancia, etcétera. Los valores éticos son imprescindibles, si queremos una sociedad más justa y equitativa.

En la sociedad materialista y consumista en la que estamos viviendo, el modelo vital que están viendo los adolescentes es el de todo vale con tal de conseguir el fin buscado. Y esto no es cierto en modo alguno.

Los padres no deben hacer dejación de su responsabilidad respecto a la buena educación de sus hijos. Los horarios laborales largos y la desestructuración causada por divorcios y por otras causas no pueden servir de excusa para no educar adecuadamente a los niños y adolescentes en unos principios de respeto y bondad hacia los demás.

Nadie ha dicho que la educación que los niños reciben de sus progenitores sea una tarea fácil en sí misma, pero puede realizarse con mayores o menores dificultades. Es la función que corresponde a las familias. Además, en la mayor parte de los casos no es difícil, porque los hijos ya nacen con buen temperamento.

Y cuando esto no es así, corresponde a los padres enderezar desde muy pequeños los comportamientos de sus retoños, con una combinación adecuada de cariño y autoridad.

Ya que si en la familia no se ejerce ninguna autoridad, los adolescentes pueden convertirse en una especie de tiranos, por decirlo de una forma más fácilmente entendible.

Por supuesto, no se trata de volver al autoritarismo de hace décadas, que era algo excesivo y desproporcionado. Pero no conviene permitir ninguna clase de conducta irrespetuosa.

Si no se ponen frenos, sanciones o castigos respecto a los malos comportamientos y no hay consecuencias, se están fomentando la impunidad y el "da igual todo".

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