Alepo: la otra cara del capitalismo
Alepo agoniza bajo las bombas. Los habitantes de esta ciudad llevan meses bajo el bombardeo del ejército sirio apoyado por Rusia. Los que se encuentran atrapados por los escombros acaban falleciendo porque los socorristas no pueden sacarlos. Mientras, el ejército sirio retoma la ciudad calle por calle.
Si el papel de Rusia es indignante, y que pensar de políticos como Le Pen o Fillon elogiando a Putin, el de las grandes potencias, por mucho que Obama y Hollande se indignen, no lo es menos, su responsabilidad en la evolución de esta situación es aplastante.
Aprovechando la llamada primavera árabe, estas potencias, después de haber apoyado durante años la dictadura feroz de Assad, comenzaron a apoyar las milicias, incluso las islamistas, estas últimas, sin tener nada que envidiar al régimen en materia de barbarie.
Tres años después, una vez que esta política permitió a los islamistas tomar el control de un vasto territorio, las grandes potencias cambiaron de orientación. Critican Assad y Putin, pero los dejan llevar a cabo el trabajo sucio, mientras que ellas combaten los islamistas en otras partes de Siria e Irak.
En cinco años la guerra Siria podría haber sido responsable de 400 000 muertos, 12 millones de refugiados de los cuales 4 andan errando por el mundo cuando tuvieron la suerte de no perecer en el Mediterráneo. Los dirigentes occidentales han derramado algunas lágrimas de cocodrilo, no obstante su solicitud no ha ido hasta abrirles las puertas de sus países respectivos.
La política de las potencias occidentales nunca estuvo guiada por los intereses de los pueblos, pero en todas las ocasiones por su codicia. Oriente Medio y su petróleo son desde principios del siglo XX el objeto de su avidez. Hoy, los países de esa región quizás sean independientes pero las potencias occidentales siguen pillándolas aunque para eso sea necesario una guerra.
En esta guerra ya están involucrados Irán, las monarquías del Golfo, los Estados occidentales, Rusia y Turquía, en guerra con su minoría kurda. El siglo XX nos recuerda que un conflicto aparentemente lejano y secundario puede acabar en guerra generalizada.
Por muy lejos que esté Alepo, lo que está ocurriendo allí nos afecta porque nuestro futuro puede depender del resultado.
El capitalismo, antes que nada es la explotación de la clase trabajadora, los salarios de miseria y la amenaza permanente del paro. Solo por eso, hay razones más que suficientes para acabar con él; si además, ese sistema demente, que reposa sobre la competencia feroz entre multinacionales y Estados, es una amenaza constante para la paz en el mundo, acabar con él es vital.
Mario José Diego Rodriguez, Gijón
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