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El humor inteligible

20 de Diciembre del 2016 - Javier Suárez Piedralba (Piedras Blancas)

Es conocido por todos el famoso alegato de quien aumenta su saber, aumenta su pesar. Puede que sea cierto, pues, cuantas más cosas se saben, más se aflige uno por el conocimiento personal de lo que desconoce. Estamos limitados por nuestra capacidad de aprendizaje pero, si bien el conocimiento resulta trágico, un camino que sólo ilumina los pasos dados, es la inteligencia la que nos libera, de alguna forma, de las tantas formas que adquiere la hoy comercializada ignorancia. La inteligencia es un mecanismo de supervivencia que nos permite reírnos sin tomar un semblante cínico, y si el pesar se gana artificiosamente, construyendo, el ser humano no es riente por naturaleza, aun cuando ha sido dotado de tan sincera capacidad. La risa requiere entrenamiento, contenido que justifique su forma. Parece que los hay quienes olvidan que a mayor cultura, mayor discernimiento, lucidez y argumentación.

Es común en las cafeterías las conversaciones triviales que, en el mejor de los casos, esconden alguna complejidad artesana del saber. La mayoría de tales encuentros de la palabra se limitan a los líos del fin de semana o a la compra al por mayor de estas festividades; aburridos, monótonos e insulsos. Si al menos fuesen ingeniosos o anecdóticos... Supongo que es imposible pedir picaresca y astucia sobre el flirteo con la bella chica del sábado o sobre la caranchoa que se les queda a los que compran marisco el día antes de Nochebuena. Quizás el optimismo me juega habituales malas pasadas al creer inocentemente que cualquiera puede desenvainar algo de mordacidad y salirse del contexto de etiquetas.

Mientras unos hacemos del humor inteligente algo banal, otros se excitan por la herida que provoca su supuesta ininteligibilidad. Mientras unos podemos permitirnos el lujo de unas buenas conversaciones, por ridículas que sean, sobre cualquier asunto, otros se conforman en la necesidad de hablar sin escuchar, o de hablar sin pensar, carcomiéndose en sus ideologías con fisuras, que permiten a la sustancia mercúrica de la estupidez filtrarse hacia lo irrelevante, denotando una vez más que están limitados en risas porque carecen de algo a lo que llamar biblioteca.

Feliz Navidad, oh, blanca Navidad.

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