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El sabor agridulce de la Navidad

29 de Diciembre del 2016 - Prof. Dr. José Antonio Flórez Lozan

“En el rocío de las cosas pequeñas, el corazón encuentra su alborada y se refresca”

Jalil Gibran

¡Feliz Navidad!, sin duda, la expresión que más se repite durante estos días. Pero felicidad y Navidad no parecen ser un matrimonio bien avenido. De hecho, sólo la Navidad es una época de alegría para el 48% de los españoles; incluso, un 27%, sienten tristeza y melancolía y muchas personas viven estos días con mucho estrés. Muchas personas se ahogan en estas fiestas, no encuentran nada especial que les motive o que les anime. La tristeza, por lo tanto, asalta a muchas personas en las fiestas navideñas, conociéndose como la “depresión blanca” o “blues de Navidad”. Según la Asociación Europea de Psiquiatría Social, un 20% de los españoles padece este trastorno: la depresión blanca. El ambiente de alegría y dicha colectiva motiva la añoranza y la tristeza por la falta de familiares y amigos muy allegados, es decir, por las pérdidas afectivas. Se produce un bajón anímico, motivado también por el desembolso económico que suponen regalos, celebraciones y, especialmente, la ausencia de los seres más queridos.

EL SENTIDO DE LA NAVIDAD.

La soledad, cada vez más frecuente, y el aumento del gasto económico, afecta el estado de ánimo de muchas familias que viven una situación de paro y de gran ajuste económico. La presión social que incita a gastar es muy grande; por eso, lo más recomendable es intentar huir de los clichés tradicionales; si no es posible hacer un regalo, lo mejor es expresarlo abiertamente; en cualquier caso el mejor regalo es el amor, la amistad, el tiempo y la afectividad. Pero también hay que decir que son muchas las familias que recuperan la ilusión cuando celebran estas fiestas con sus hijos, nietos, abuelos, sobrinos. El sentido de la Navidad es la familia, las auténticas vivencias familiares que tanto necesitamos para nuestro equilibrio y bienestar. Pero, paradójicamente, como decíamos, las tan deseadas vacaciones de Navidad parecen convertirse en una vorágine de estrés (fiestas, compras, felicitaciones, regalos, comidas pantagruélicas, consumo, gastos superfluos, etc.) que hacen que el individuo aún se encuentre más descompensado, más neurotizado y desee finalmente que cuanto antes terminen estas fiestas mejor. Lo que normalmente no se come a diario se devora en Navidad, porque hay un gran público estimulado y atrapado por esa ingente publicidad, a tirar la casa por la ventana. Las tentaciones para gastos son mucho mayores, los reclamos más sofisticados y los productos muy personalizados. La fiesta del consumo por excelencia es la Navidad. La tacañería en estos días no existe y las propias cifras nos indican que cada año despilfarramos más. Ni siquiera es necesario salir de casa para apagar nuestra sed de consumo. Se nos ha enseñado que para ser más feliz hay que consumir más, tener el último iPad o el último modelo de móvil o de bolsos. Nos han dicho también que hay que ser mejor que el otro, que hay que competir constantemente.

Subtítulo: El estado de ánimo durante estas fiestas

Destacado: La búsqueda desesperada de la felicidad en estas fechas nos lleva también a topar con la angustia, temor, preocupación y con el sentimiento de soledad que, aún, es más desgarrador en esta época tan señalada

LA FELICIDAD NO ES CONSUMIR.

Pero una de las claves es entender que lo que da felicidad no es consumir, comprar, tener competir. Muchas personas son adictas a su móvil o a internet, padecen “conectividad mórbida” y acumulan sobrepeso de megas. Una persona adicta a Facebook puede hacer más de 200 amigos (¿amigos?) en un solo día. Facebook es la medicina para los tímidos. Satisfacemos en el perfil nuestra necesidad constante de pertenencia a un grupo; ahí tratamos de encontrar un ápice de felicidad. En estas fiestas somos secuestrados por el espejismo consumista y somos víctimas de un síndrome de Estocolmo brutal y colectivo. Tal vez, se nos ha olvidado que quien compra lo superfluo acaba por vender lo necesario. Y de cualquier forma, siempre tenemos a nuestra disposición la tarjeta de plástico para conseguir el capricho o el regalo deseado; si ello fuera poco, los bancos nos ayudarán, ofreciéndonos toda clase de facilidades para conseguir los créditos adecuados. Los objetos y sus reclamos serán más sofisticados. Las compras, regalos, comidas, cenas y celebraciones se suceden con frenesí. El derroche de comidas (mariscos, pescados, carnes, embutidos), delicias culinarias, vinos de las mejores añadas, espumosos y fiestas no cesa; es todo un fervor mezclado con el alma de la Navidad. Pero todo este derroche de Navidad, ¿qué significa? ¿A qué se debe? La tradición se impone, pero tal vez pierde fuerza lo más importante de estas fiestas que es posiblemente el amor y los lazos afectivos y espirituales de la Navidad y que impregnan a toda la familia. El refuerzo de la familia, de todos los seres queridos y el recuerdo de los que ya no están, puede ser el logro más importante con estas fiestas. Sin duda, la enfermedad de Occidente es la de la abundancia: tener todo lo material y haber reducido al mínimo lo espiritual. Sin duda, nos falta diálogo interior y nos sobra consumismo. En consecuencia, la desespiritualización del hombre conduce al embrutecimiento y al olvido de su condición de persona. En fin, todos los años se suceden estos rituales en los que el sujeto es apresado en la telaraña del consumo; después la persona volverá a su soporífera rutina, no sin antes arrepentirse de los cuantiosos gastos realizados. Y todo ello, ¿para qué?, nos preguntamos con aire de perplejidad y frustración. Y ¿qué podemos hacer? Ayudar, ayudar y ayudar. Una actitud que alarga la vida y mejora la salud al amortiguar la asociación entre estrés y mortalidad. Desde los albores de la época judeocristiana, el regalo tenía ese sabor sincero de amistad y de altruismo.

LA ESCASEZ DE VALORES.

La escasez de valores. En la actualidad, el Papá Noel ha encontrado su fuerza consumista en el regalo; todo un acontecimiento comercial propio de la sociedad de consumo que puede generar estrés y poner en peligro la salud mental del individuo. Del simple regalo tradicional se ha pasado a la corbata más sofisticada de una marca de lujo; es el mundo del lujo, de la marca; una forma peculiar de satisfacer necesidades psicológicas ocultas, como es el poder, el prestigio y el status social. Una forma de identificación social, ante la anomia de los individuos, que trata de aumentar la autoestima de las personas, que lo tienen todo pero que les falta “algo”, tal vez la esencia de su propio existir y, esencialmente, AMOR. En esta época nos invade una ansiedad generalizada cósmica combinada con una auténtica desorientación para motivaciones que no sean mercantilismo y consumismo. Todo se consume en el inmenso mercado de la Navidad, mientras el hombre permanece huérfano de los principales valores religiosos y espirituales. Nos convertimos, una vez más, en tristes vagabundos de Samuel Beckett, esperando siempre a que surjan personas que alumbren sin deslumbrar y que vivan con dignidad, evitando así ese abismo de nihilismo, hedonismo y consumismo. Esos momentos de felicidad o placer se diluyen rápidamente como un terrón de azúcar en una taza de té caliente. Ni siquiera la Navidad se corresponde con esa forma de contemplar, admirar y vivir la naturaleza: “en invierno, cuando la nieve suaviza toda la cordillera con su barniz pálido y parece convertir los picachos en blanquísimo algodón, es un momento muy entrañable, alegre y feliz; me imagino en un trineo con perros guía (huskies siberianos, malamutes, samoyedos y groenlandeses) es una gran satisfacción, algo indescriptible que me traslada a mi tierna infancia, con los trineos, la noche nevada, el cielo azul y estrellado; en fin, una hermosa estampa invernal entre idílicos parajes, un escenario de lujo para albergar y sentir de verdad, la felicidad”. ¡Y especialmente la Navidad!

Navidad: compartir la amistad y el amor. La búsqueda desesperada de la felicidad en estas fechas nos lleva también a topar con la angustia, temor, preocupación y con el sentimiento de soledad que, aún es más desgarrador en esta época tan señalada. La necesidad de compartir el amor y la afectividad, de estar con nuestros seres más queridos, es vivida con una gran intensidad y, por ello, la persona puede experimentar un gran sufrimiento psíquico que explica precisamente su deseo de que finalicen estas fiestas que ni siquiera han comenzado. Ciertamente, muchas personas, ante esta ceremonia de luces, canciones, publicidad y sentimientos, se ven realmente indefensas; su YO se debilita o se hace más vulnerable psicológicamente, de tal suerte que su “autocontrol emocional” disminuye y, en consecuencia, fácilmente es fagocitado por esa publicidad gigantesca; el individuo pierde su identidad psíquica, su capacidad de control emocional y de decisión, experimenta una especie de despersonalización o cosificación y fácilmente es conducido por la senda del consumo, donde espera encontrar el “elixir” de la felicidad. ¿Quién se puede escapar en una sociedad dominada por motivaciones que no sean afán de poder, mercantilismo y consumismo? ¿Quién puede defenderse de este laberinto consumista, cuando domina en el hombre la incomunicación y el aislamiento? En fin, el sujeto “anestesiado” e hipnotizado es devorado por el consumismo despilfarrador. En las fiestas de Navidad, al menos en la tradición cristiana, es el momento de moderar la tensión en cuanto a las relaciones personales, estimulando sentimientos de amistad, gratitud, buena voluntad y amor hacia nosotros mismos y a los demás. También se vive con más intensidad el sentimiento de pena por las personas –amigos/familiares– ausentes. De otro lado, muchos profesionales, pilotos, controladores aéreos, camioneros, policías, bomberos, médicos, enfermeras, cuidadores de ancianos, auxiliares, etcétera, saben del esfuerzo y del sacrificio y por qué no de la angustia de tener que brindar separadamente de su familia, de no poder estar con los suyos (esposo/a e hijos). No obstante, viven el orgullo de haber ayudado a personas que son marginadas y rechazadas por la sociedad que en esos momentos celebra la Nochebuena y brindan por la paz y la felicidad. Curiosas palabras, mágicos sentimientos que sólo alcanzan a algunos; otros sentirán con mucha más intensidad el horror de la soledad, del tedio, de la desgracia, de la incomprensión y de la desesperación.

Pero también, la celebración de las fiestas navideñas se nos antoja como un remanso de paz y espiritualidad. En fin, el ceremonial de las fiestas de Navidad para toda una cultura, puede ser suficiente para vencer el cansancio sutil y radical que brota día a día de la falta de sentido, del no saber a qué atenerse, de la ausencia de proyectos excitantes; es decir, de factores que quitan las ganas de vivir y llenan la vida de aburrimiento, acedía, desesperanza y tedio. El hombre de nuestro tiempo, libre de tantas miserias y urgencias que durante milenios le han esclavizado, no parece hallar la alegría personal en el trabajo, ni en el tiempo libre, ni en las diversiones, ni en sus compras. Probablemente, trate de encontrar denodadamente, algo que le han “quitado” y que por ello, inconscientemente, se encuentra muy incómodo con ese malestar psicológico crónico próximo a la angustia vital; por ello, busca el afecto, la comprensión, el placer, la comunicación, la intimidad, y el reconocimiento (el deseo humano por excelencia que diría Lacan). En fin, el hombre sumido en tanta desesperanza y fatiga vital, como diría Zubiri, encuentra un escape y respiro en la intimidad de estas fiestas y en la satisfacción de las necesidades afectivas. Por eso sólo la autoconsciencia emocional nos permite hacer frente a la sinrazón de impulsos desenfrenados que en nada o en muy poco contribuyen a la salud integral del ser humano. La Navidad, en fin, debe azuzar la convivencia amistosa, el acontecer espiritual, la comunicación, la esperanza, las convicciones profundas, la sinceridad, la moralidad, la capacidad de sacrificio y el amor. ¡Disfrutemos de la Navidad! ¡Dejemos que la Navidad penetre en nuestros corazones como potentes rayos de luz lo hacen entre las ramas intrincadas y desnudas del bosque! Y, seguramente, surja de nuevo la esperanza…

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