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La risa tonta de los tontos

21 de Diciembre del 2016 - José Luis Peira (Oviedo)

Un avezado lector, como se diría antaño, reflexiona en esta misma sección (20/12/2016) sobre el humor. Sobre el humor inteligente, que es el único posible. Lo otro es harina básica. Confieso que yo también rumio al respecto y tengo la sensación de que la inteligencia es un valor a la baja. O quizás siempre fue así; los grandes espíritus siempre han tenido que luchar contra la feroz oposición de las mentes mediocres, dijo Einstein, lo cual confirma mis sospechas de que esto viene desde Altamira o antes. De lo que tengo certeza es de que corren tiempos en los que en general lo soez, lo simple, lo precocinado, se han adueñado del panorama de modo que lo raro empieza a ser encontrar luces entre tanta hez.

No se podría esperar mucho más de una sociedad en la que uno de los teleprogramas más vistos consiste en encerrar a unos tipos en una casa para ver como se tiran pedos o se rascan el ombligo mientras discuten como preadolescentes granulientos. Ignoro, llegado a este punto, si se trata de inercia o de maquinación, bien es sabido que uno de los objetivos que contempla el poder para preservarse es el de envilecer el alma de los súbditos, pues el pusilánime es incapaz de conspirar. Pero también la plebe debe poner algo de su parte, pues el pensamiento medianamente profundo y la reflexión requieren un ejercicio que no todos están dispuestos a acometer. La pereza apenas requiere unos bostezos.

Un ejemplo de actualidad rabiosa pone el foco en un pobre infeliz que se creía gracioso y recibió una bofetada. Me niego a llamar humor a lo que esa persona hace, pero me intriga que sus actos zafios y los de otros semejantes tengan un número considerable de seguidores. Le pego un empujón a una vieja y nos echamos unas risas, dirán. Para mí la discusión no debe situarse en si estuvo merecido el tortazo o no, yo le acostaría sin cenar, además. El asunto, la miga, está en el desolador panorama que se intuye tras ello, hay gente que conecta un aparato de sofisticada tecnología para despiporrarse con tales sandeces. La verdad, es que si esto es lo dominante yo me siento fuera del rebaño y para concluir dejo de nuevo a Einstein con una de sus interesantes citas: para ser miembro irreprochable de un rebaño de borregos es preciso, ante todo, ser un borrego. Jo con el Albert.

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