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Juan de Blas, in memoriam

26 de Diciembre del 2016 - Luciano Hevia Noriega (Barcelona)

Tal y como se ha encargado de señalar este mismo diario, del que fue colaborador, en su edición del 18 de diciembre, nos ha dejado el escritor burgalés afincado en Gijón Juan Antonio de Blas. La breve nota repasa someramente su extenso currículo y nos lo presenta en sus múltiples facetas de maestro, novelista, ensayista, guionista de cómic, especialista en historia militar y varios aspectos profesionales más en los que, sin duda, Juan destacó.

Pero, evidentemente, una nota que se pretenda informativa se rige por una cierta asepsia que, inevitablemente, omite los principales rasgos característicos que Juan esgrimía: una generosidad y bonhomía infrecuentes en su gremio y en cualquier otro.

Como recuerda el tópico, queda su obra para uso, consulta y disfrute de legos y especialistas y, sin pretender inmiscuirme en territorio de estos últimos, sí me voy a permitir recomendar encarecidamente algunos de sus títulos: "Soportal de los malos pensamientos", una novela histórica con temáticas y personajes del Siglo de Oro español y protagonistas tan atractivos como el real Quevedo y el ficcional Álvaro de Roa; "La patria goza de calma", una novela policiaca en la que su detective, Silverio García, debe bucear por las enfangadas cloacas de una Transición menos ejemplar de lo que se nos acostumbra a contar; "La novela de espías y los espías de novela", una tan entretenida como rigurosa investigación a caballo entre el estudio literario y el género biográfico; "Barcelona al alba", un cómic al alimón con Alfonso Font, ambientado en los años veinte del pasado siglo y donde convergen intrigas que implican a patronal, anarquistas, políticos y servicios secretos extranjeros; y, por supuesto, la magnífica "Los días antes del infierno", un desencantado y dramático fresco novelado sobre la caída del Frente Norte en octubre de 1937, que tanto entusiasmo me causó, hasta el punto de llegar a bromear con el autor acerca de la necesidad de buscar a nuestro Michael Curtiz particular para que la llevara a la gran pantalla. Hay más obras, todas ellas muy interesantes, pero me limito a esta pequeña selección, dado que no era éste el propósito que me traía aquí.

Decía eso tan manido de que nos quedaba su obra, aunque se me antoja flaco consuelo ante la pérdida de la persona: mordaz, sardónico, incisivo, brillante, siempre con la réplica adecuada y rápida, ingenioso, desprendido, Juan llevaba al extremo y la literalidad eso tan profesoral de dar bibliografía, ya que él no lo reducía a proporcionar la consabida lista de rigor, sino que de su casa siempre te ibas con un puñado de libros bajo el brazo y con la sed (la de conocimientos y la otra) saciada gracias a su inmensa generosidad y la de Charo. Mi compañera, que lo trató menos, pero que sentía igual afecto por él, cuenta mucho mejor que yo una anécdota del día que lo invitamos a acudir a la inauguración de una librería sita en un horrendo centro comercial y que en lo sustancial se reduce a que, mientras subíamos (o bajábamos) aquellas interminables escaleras mecánicas, Juan sentenció con voz tronante: "Ya estuve aquí dos veces; la primera y la última". ¡Qué lejanas y pocas se me antojan ahora tantas risas, charlas y aprendizajes!

Juan emprende antes de tiempo ese periplo que todos realizaremos más pronto que tarde y lo hace dejando en quienes tuvimos la fortuna de conocerle un recuerdo imborrable. Ojalá los vientos le sean propicios y le ayuden a surcar esos procelosos mares desconocidos al modo de su admirado Corto Maltés. Aquí quedamos los demás, a merced de la tormenta y un poquito más desamparados. Buen viaje, amigo.

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