Cómo descomponer un abrazo
Vivían convirtiendo las palabras en números, las moldeaban y enviaban al espacio, se cruzaban y las recibían con una sonrisa triste. Convertían su sonrisa en píxeles y los enviaban otra vez, y sus ojos podían comprender por un breve instante un sentimiento que ocurría con segundos de retraso. ¿No podían ser agua? ¿Evaporarse y dejarse llevar, unirse en una sola nube y llover sobre lugares un poco menos tristes?
Las palabras tenían esa propiedad mágica, cuando encontraban una brecha numérica podían conectar dos cerebros a kilómetros de distancia. Pero ¿cómo podía un cuerpo atravesar la realidad? 10.875 kilómetros de distancia entre dos seres de oxígeno, carbono y nitrógeno. 19 horas de vuelo a 1.190 euros sin ninguna esperanza de supervivencia... desde luego no era la mejor de las realidades.
¿Cómo podían entonces descomponer un abrazo y enviarlo? Los números siempre lo estropeaban todo y las palabras nunca fueron lo suficientemente fuertes para evitarlo. No hay esperanza para dos cuerpos que existen separados, la carne no vivirá lo suficiente antes de pudrirse. Hay veces que, simplemente, no tenemos suerte.
Aun así, dejaremos escrito quiénes somos y qué sentimos, nuestras canciones guardadas en una misma lista de reproducción, un archivo gráfico compartido de cómo hemos ido envejeciendo. Llenaremos el espacio con nuestra información. Hasta que el cuerpo quiebre y caiga, dejando a su paso dos perfiles enlazados y un millón de copias de seguridad.
Si un día volvemos, volveremos en un mundo mejor.
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