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Alpinismo humanitario

4 de Enero del 2017 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Así se puede calificar este deporte de montaña cuando el que lo practica, además de escalar y ascender a cumbres, se preocupa, ayuda o remedia de alguna manera las necesidades o problemas de las gentes que, en precarias condiciones o angustiosas necesidades, viven y pueblan el entorno de esas montañas. Y esto es lo que hace el alpinista español Carlos Soria, de 77 años bien llevados, como está demostrado en todas sus ascensiones y escaladas por todas las partes del mundo. Creo que ya no queda cumbre alguna a la que Soria no haya ascendido, aquí o allá. En los Alpes, los Andes americanos y en el Himalaya. Aquí, en esta lejana región nepalí, olvidada y mísera, en la que sus gentes se contratan como sherpas o porteadores, el alpinista Soria está llevando a cabo una ejemplar labor humanitaria.

Antes que él, en esa línea, humanitaria, obligado se nos hace recordar a Edmund Percival Hillary, neozelandés de origen británico que fue el primero en alcanzar la cima virgen del Everest, la cumbre más alta del mundo (8.848 metros de altura), con su fiel compañero, el sherpa Tenzing, el 29 de mayo de 1953, a las 11.30 horas. Día y hora memorables en la historia del montañismo mundial. Hillary, por tal hazaña, la más meritoria de la exploración del siglo XX, fue nombrado sir, y a Tenzing lo despacharon con la medalla de San Jorge. ¿Para qué le valió al buen sherpa esa medalla? Mejor hubieran remediado su pobre y mísera vida. Sin Tenzing seguro que Hillary no hubiera conseguido coronar el Everest, porque estos sherpas son duros, sacrificados, saben cuándo el tiempo permite escalar y en sus montañas vienen a ser una parte de ellas. Y otro tanto le ocurrió aquí a Pedro Pidal, que sin Gregorio el "Cainejo" tampoco hubiera podido pisar la cumbre virgen del Picu Urriello (2.515 metros de altura), aquél no menos memorable 5 de agosto de 1904, que fue el inicio del montañismo español.

El español Carlos Soria, según parece, sigue en la misma línea alpinista y humanitaria que Edmund Hillary en el Himalaya, socorriendo también tanta necesidad como allí existe, lo que es todo un ejemplo y demostración de la calidad humana del hombre que vive y siente la montaña, que así llega hasta formar parte de su propia existencia. Montaña y hombre, u hombre y montaña, vienen a ser una misma cosa en el devenir de la vida, que allá arriba, en la cima o la cumbre, el hombre se purifica y se encuentra a sí mismo, liberado de toda atadura humana, libre como el viento que peina cumbres y valles, de los que se siente dueño y señor. Todo es suyo allá arriba, en la montaña, hasta del silencio y la paz, que aquí abajo no existen.

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