Una lacra que no cesa
Las trágicas noticias de las ultimas fechas vienen a confirmar que la violencia doméstica, lejos de aminorar, sigue siendo uno de los principales problemas de la sociedad española, que asiste impotente al asesinato de mujeres, a veces de la manera más cruel y salvaje.
Tres asesinatos de mujeres en menos de 48 horas, hace escasas fechas, han puesto otra vez sobre la mesa la crueldad de la lacra machista. Algo parece no ir bien en la protección de las víctimas. Los datos están ahí y nadie puede rebatirlos. Que todos los casos salgan a la luz pública desde los comienzos puede ser una de las vías que ayuden a frenar este problema que afecta a todas las capas de nuestra sociedad.
Es cierto que en los últimos tiempos se ha avanzado mucho en la prevención y persecución de la violencia de género. Aun así, hay datos inquietantes, pues casi el 50% de las mujeres asesinadas este año habían denunciado previamente a su maltratador, lo que viene a indicarnos que algo no está funcionando del todo bien en la protección de las denunciantes.
Si la violencia doméstica es trasversal socialmente, también lo es entre franjas de edad. Con extraordinaria inquietud se observa que muchos jóvenes, que ya han sido educados en los valores de la igualdad entre sexos, siguen produciendo comportamientos que cimentan la violencia de género, como son los controles de sus parejas a través de las nuevas tecnologías.
La violencia machista es un problema que, como decimos, afecta a toda nuestra sociedad, precisa, asimismo, de una acción decidida de los poderes públicos y de los ciudadanos. Al margen de la denuncia es imprescindible poner coto a todo tipo de desigualdades.
Por ello, cualquier medida de prevención se nos antoja necesaria porque se trata de defender la vida y la dignidad de unas mujeres víctimas de una lacra a la que hay que hacer frente desde los primeros estadios de la educación, así como también el perfeccionamiento de los métodos judiciales y policiales y, por supuesto, el entorno familiar.
Sin embargo, de poco servirá todo ello si no culminamos un giro cultural en el que la igualdad entre hombres y mujeres sea, como principio, un valor incuestionable.
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