Hipocresía y racismo institucional
Según las proyecciones de población del Instituto Nacional de Estadística, Asturias perderá la población equivalente a todo Siero en la próxima década, 90.000 habitantes.
Una desertización demográfica en una población cada vez más envejecida. Comentaristas, contertulios (¿para qué tertulianos?), articulistas, economistas, políticos y demás fuerzas vivas coinciden en calificarlo de desastre humano, social y económico y propugnan el fomento de la natalidad mediante normas especiales y ayudas económicas para poder sostener la sociedad del bienestar que disfrutamos, amenazando por la inversión de la pirámide poblacional.
Hasta aquí en todo de acuerdo salvo en las lamentaciones. Al contrario, hasta ahora nos habían convencido de que habría que celebrarlo con voladores. Hasta hace poco éramos tantos en este pequeño país que no cabía ni un emigrante más.
¿En qué quedamos? ¿Si no cabíamos todos en nuestra sociedad, no era cuestión de hacer sitio, de limitar la natalidad, de no dejar entrar a nadie más, para poder respirar mejor?
No, y eso pone al descubierto lo que jamás se tiene el valor de decir: no valemos igual todos los ciudadanos, todos los seres humanos, todos los hijos de Dios. A pesar de las leyes humanas y divinas, nacer a un lado u otro de una frontera hacer ser más o menos humano. No es lo mismo, en Asturias, ser asturiano de pura cepa que gallego, cazurro y no digamos latino o africano.
Así son las enseñanzas de los políticos, de los economistas, de las fuerzas vivas, voceros del neoliberalismo. Pero otro mundo, sin hipocresía ni racismo, en el que quepamos todos, es posible.
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