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Assassin´s Creed: libertad y orden

29 de Diciembre del 2016 - Javier Suárez Piedralba (Piedrasblancas)

Assassins Creed no es sólo un blockbuster como Star Wars o Los Juegos Del Hambre, pues, además de tener un potencial visual incuestionable, en este caso por el dinamismo de las artes marciales asesinas y la tecnología templaria, es una suerte de adaptación de contenido narrativo denso. La idea fundamental se bifurca en dos causas mayores de las que la sociedad alienada no tiene conocimiento: la paz y el libre albedrío. Dos son las organizaciones que durante siglos, desde el misticismo de escrituras sagradas hasta lo hechos más incuestionables de nuestra historia contemporánea, han intentado defender de forma críptica la supervivencia del ser humano. Los Assassins (fuera de toda ficción, deben su origen a los ashshshn) luchan por la libertad del individuo, contra la opresión fáctica de un statu quo que cuestiona la violencia. El Temple (fuera de toda ficción, deben su origen al ejército santo de las Cruzadas) lucha por el orden, no siendo menos críticos que sus rivales, juzgando las modulaciones socio-históricas como perpetuaciones de la violencia, el caos y la corrupción inherente del ser humano. Ambas organizaciones, La Hermandad de los Asesinos y La Orden de los Templarios, coinciden en un punto del cual sus misivas se separan diametralmente: la responsabilidad.

Los Assassins defienden, desde su credo de escepticismo Nada es verdad. Todo está permitido (aunque lo pareciera, no son nihilistas), la responsabilidad de abrir las puertas a la elección. Aun sabiendo el origen de la raza humana en esta historia de ciencia-ficción (extendernos en este asunto podría destripar la sorpresa a los neófitos), siempre han estado dispuestos a romper los eslabones que les puedan atar por su condición humana. Los Templarios, por otro lado, defienden, desde su lema Que el Padre del Entendimiento nos guíe, la responsabilidad de garantizar la supervivencia y el bien común. Estos últimos buscan unos fragmentos (de origen desconocido, para los neófitos) con la capacidad para controlarnos, mientras que los Asesinos prefieren esconderlos de las manos impositivas.

Los Asesinos pecan de anarquistas, en la mayoría de los casos, y los Templarios de paternalistas, en el común de sus integrantes. Pero la fuerza de esta historia, que entrelaza el avance científico para recuperar las vivencias de tus antepasados a través del ADN (es decir, mediante el uso de la memoria genética) con la complejidad transversal de la búsqueda de la paz, el orden, la libertad o la justicia, supera con creces las delimitaciones restringidas de las ideologías. A lo largo de la saga de videojuegos vemos a Asesinos que veneran a Templarios (Maquiavelo a César Borgia; Assassins Creed: La Hermandad), a Asesinos que defienden la mesura en el cambio en plena Revolución Francesa hasta el punto de aliarse con los Templarios (Honoré Gabriel Riqueti, conde de Mirabeau; Assassins Creed Unity), a Templarios condenando a la Iglesia y la monarquía (Jacques de Molay; Assassins Creed Unity), o a Templarios usando la Iglesia o la monarquía (Rodrigo Borgia y Rashid ad-Din Sinan, conocido en los juegos como Al Mualim; Assassins Creed II y Assassins Creed I, respectivamente).

Las formas de gobierno y las distintas religiones, así como las ideologías mismas, no son más que sombras a la luz del verdadero conflicto: permitir la paz a costa de un elitismo meritocrático y de marginar el derecho a decidir, o permitir la libertad sin leer la letra pequeña del pacto de no agresión vulnerado por el fin justifica los medios de la violencia. Para Assassins y Templarios, incluso protegiendo como librepensadores a la gente (al menos, en teoría), el enemigo no es otro que el mundo, su locura y su imperfección. Esto se ve o se intuye en la película de Assassins Creed, un tributo para los fans incondicionales de la saga de videojuegos y un ejemplo de adaptación cinematográfica; no podía estar dirigida por otro que no fuese Justin Kurzel, aquel que osó adaptar la obra teatral de Macbeth en una digna película poco habitual. El reparto de esta película es, quizás, el mejor aliciente, pues cuenta con los premiados Jeremy Irons, Michael Fassbender y Marion Cotillard, entre otros; junto con actores españoles de primera categoría, como Javier Gutiérrez o Carlos Bardem, entre otros.

Esta película, que sin necesidad de amenaza por el filo de una hoja oculta de un Asesino o por la fuerza coercitiva de un Templario, puede afirmarse como la mejor adaptación al cine de un videojuego, si bien no es un objetivo ambicioso. Su guión se naturaliza con el paso de la historia y los diálogos propios de sectas sobre conceptos como el orden y la libertad quedan desprovistos de artificiosidad pomposa. Los personajes, si bien muestran diferencias, se limitan a hacer pasillo a los dos grandes protagonistas de la película, que recuerdan al matrimonio Macbeth en cuanto a presiones sobre la otra persona, o a Desmond y Lucy en Assassins Creed I (usando un símil más pertinente). Tanto el personaje de Fassbender, dualizado por entrar en contacto con su antepasado en la época de la Inquisicion Española, como el de Cotillard evolucionan al mismo ritmo desde comienzos opuestos, encontrándose con la duda por sus acciones hasta parar en un punto de inflexión distinto gracias a la reafirmación de sus creencias, bien por desvelamiento o por circunstancias externas que así lo exigían.

Si quieren ver una película de acción, con la suficiente inteligencia para combinar la tecnología con la historia y la filosofía política con el drama personal, sin delatar buenos y malos, sólo exponiendo protagonistas y sus antagónicos, vean Assassins Creed, un producto que lejos de querer obtener el Oscar ansía para sí el Fruto del Éden: el apoyo para hacer de ella una trilogía consistente y con hueco en la memoria de los espectadores.

El conflicto entre Asesinos y Templarios se dibuja interminable. Como defendería el personaje de uno de sus videojuegos, el Templario Haytham Kenway, frente a su hijo, un Asesino, Incluso cuando los tuyos parecen vencer volvemos a alzarnos. ¿Sabes por qué? Porque La Orden surge de comprender algo No necesitamos Credo, no nos adoctrinan ancianos desesperados. Nos basta con ver el mundo tal y como es. Por eso, los Templarios nunca serán destruidos. ¿Quién quiere adentrarse en esta lucha enigmática que modela el mundo? ¿Quién puede resistirse a su inteligencia?

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