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Cóctel mortal para Juan García González

1 de Enero del 2017 - María del Pilar García Giraldo (Oviedo)

18 de diciembre de 2015. Comienzo del cóctel.

¿Estáis preparados para empezar la quimio? Es muy fuerte.

Así, dicho de este modo por la oncóloga del HUCA, qué alternativas hay cuando te detectan por medio de biopsia un tumor en el estómago el día 1 y que quirúrgicamente es operable, según la opinión cualificada del cirujano. Un sandwich, se llama el método: quimio, operar y quimio. Este era el propósito.

Pues bien: el día 18, en el HUCA, y tras la consulta con la oncóloga, ésta decide que comience ya con el tratamiento.

Primera sesión, vía intravenosa y al día siguiente comenzar con el tratamiento oral.

Empieza la cuenta atrás: vómitos, diarreas, mareos, lipotimias, tres ingresos en urgencias.

El día 24, Nochebuena, a última hora de la tarde, entra en coma. A todo esto, estamos en plenas fiestas navideñas: médicos relajados, algunos con escasa experiencia. Alguien en prácticas, intentaba hacerle un electrocardiograma y no tenía ni idea dónde colocar los electrodos; mientras, el paciente, mi marido, se queja de que tiene frío, mucho frío (está temblando). Como es lógico, le llamo la atención, no es para menos, creo yo. Las prácticas no se hacen con un paciente en esas condiciones.

Acaba en la UCI tras un esfuerzo titánico de seis personas: médica, enfermeras, auxiliares y sobre todo de nuestro hijo, que dada su fortaleza física ayuda sobremanera para conseguir sujetarlo porque los celadores tardan media hora en llegar y mientras tanto faltan botones para las cinchas de sujeción de un paciente enajenado que se arranca las vías y sonda urinaria (estaba totalmente fuera de sí). Mientras yo, en el pasillo para no estorbar, llena de impotencia, angustia y desesperación con lo que estaba oyendo.

Entra en coma. Lo dejamos en manos de los profesionales UCI número 4, box 48.

Día 26, aniversario de nuestra boda, sigue en coma.

Día 27, abrió un poco los ojos por primera vez, pero la mirada estaba perdida, no nos conocía.

Día 28, a primera hora de la mañana pregunta por su esposa. Le dice a la enfermera: a mi mujer le dio una angina de pecho (cierto, en el mes de agosto), ¿le ha pasado algo? A las 12.30, hora de visita de la UCI, me habla en susurros, casi no se le entiende, mezcla cosas.

Día 29, no mejora, el hígado no metaboliza el amonio, el intestino no funciona, va a peor.

Día 30, todo va mal, la mirada perdida. Se lo hago ver al doctor de la UCI, y me contesta: que tiene sueño por la medicación. Pero, ¿es que está ciego y no ve lo que yo, sin conocimientos médicos, estoy viendo? Entra por segunda vez en coma, me dicen que está muy mal: el amonio, en el hígado, desbordado, el íleo paralizado, etc., etc.

Por la tarde, cambio de personal en la UCI. Doctora joven e inexperta, me dice que espere en la sala, que van a hacerle un escáner y más pruebas. En este momento nos dice a nuestro hijo y a mí que hay un 3% de la población mundial que tiene una enzima incompatible con la capecitabina, un agente quimioterapéutico oral.

Y eso, ¿cuándo se nos ha dicho? En ningún momento se habló, antes de poner la quimio, que podría ocurrir esa circunstancia.

No se hacen análisis previos, por su ¡coste! y por el tiempo que llevan ¡16 días! Estas palabras son de la doctora, no mías, por supuesto.

Es decir, mi marido fue a encontrarse con la muerte sin ser advertido y por tanto, quitándole el derecho a decidir por sí mismo. ¡Eso es injusto! Tú, como paciente, tienes todo el derecho a que te informen con toda veracidad y puedas disponer cómo gestionar esa información de la manera que tú desees.

¿Es así, o no?

Día 1 de enero de 2016. Fallecimiento. Doce días y se acabó todo. Así de fácil, así de cruel. 70 años. Ninguna enfermedad, salvo el maldito cáncer, pero éste no lo mató, lo hizo la supuesta medicina para curarle y la lotería del 3% mundial de la enzima.

Resumiendo: incompetencia, Navidades, falta de información.

¡Cóctel perfecto para morirse!

¿Y ahora qué?, ya no me lo devolverán, así que me queda: vivir para él, como lo hice en los cincuenta y dos años que estuvimos juntos.

Deliberadamente, omito dar nombres de los facultativos. Ellos, cada uno de ellos, se reconocerán en este escrito. No se trata de hacer más daño. Pero, sí, de que se corrijan deficiencias que llevan a la muerte.

Pilar García Giraldo,

Oviedo

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