La mudanza

8 de Enero del 2017 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

A lo largo de nuestras vidas, la mayoría de las personas tenemos algunos elementos que nos marcan o nos persiguen. En mi caso, uno de esos elementos ha sido "la mudanza".

En mi ciudad natal, Quito (Patrimonio de la Humanidad) mi infancia y adolescencia transcurrieron de mudanza en mudanza. Nunca conseguí fijar un lugar donde iniciara, creciera y fortaleciera la amistad. Mis amigos fueron "amigos circunstanciales", amigos entre mudanza y mudanza. Que yo recuerde, mi infancia transcurrió entre los barrios de Chimbacalle, La Tola, La Mama-Cuchara, La Merced, San Roque, San Blas, San Juan. De éste último, entrañable y popular barrio de Quito, salí en 1969 para Europa (Londres). Por su parte, mi madre, tras la muerte de mi padre, no perdió "la costumbre" de la mudanza, pero yo ya no participé en ellas y éstas se realizaron en los barrios del norte de Quito, es decir, fuera del casco antiguo de mi Quito.

Ésta es una de las razones por las cuales cuando vuelvo a Ecuador, para mí es de obligado cumplimiento pasear por el casco antiguo, por las calles que me vieron jugar y crecer. En realidad, para mí Quito termina en El Ejido, más allá empiezo a perderme, a sentirme incómodo, porque la ciudad lamentablemente se parece demasiado a cualquier otra ciudad del mundo, sin personalidad ninguna.

Este "espíritu mudancero" de alguna manera se ha mantenido en mi largo y definitivo periplo europeo (47 años). Por razones de estudio y trabajo, me he mudado muchas veces (Londres, Madrid, Barcelona, Stuttgart, Salamanca, Ávila, León) y ahora, ya jubilados, mi mujer y yo hemos escogido Gijón/Asturias. Pero "el fantasma de la mudanza" me persigue y dentro de Gijón hemos decidido realizar otro traslado, convencidos ésta vez de que sí será el último y, así, se lo hemos prometido a nuestras hijas.

Lo peor de las mudanzas son los libros, llevo días empaquetándolos, pero a la vez esta actividad se convierte en un ejercicio de memoria. Inevitablemente siempre te encuentras con recuerdos, vivencias, anotaciones, acotaciones, entradas de cine de hace 20 años, facturas desaparecidas... En uno de mis libros he encontrado una referencia mía a la novela del escritor peruano Ciro Alegría "El mundo es ancho y ajeno", inmediatamente mis recuerdos me llevaron a 1967, a mi ciudad natal. Aquel año participé en uno de los concursos literarios (nivel estudiantil) más loables que el municipio de Quito organizaba en aquellos tiempos, "El Libro Leído" (desconozco si todavía pervive aquella magnífica idea).

Fui seleccionado por mi colegio (en España sería instituto), Sebastián de Benalcázar, por mi trabajo sobre la novela de Ciro Alegría. En aquella época era normal hablar de favoritos y mi trabajo sonaba como tal, lo cual fortalecía mi ego de juventud. Me correspondía, por sorteo, intervenir el penúltimo y el último era el representante del colegio San Gabriel (no recuerdo su nombre, pero sí el impacto que me produjo).

Diserté sobre la obra de Ciro Alegría, con aplomo y mucha confianza, a sabiendas de que la novela indigenista tenía mucha aceptación y reconocimiento por aquellos años. Novela de dimensiones épicas que relata la resistencia heroica de una comunidad indígena ante una injusta expropiación de tierras en el Perú. Por la reacción favorable del público y del jurado, parecía que los pronósticos se iban a cumplir. Llegó la última intervención por parte del representante del colegio San Gabriel con la novela "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez, novela que acababa de ser publicada y que muy poca gente conocía. Me cautivó sobre manera no sólo la excelente oratoria del estudiante, sino el espíritu de aquella revelación que para mí fue este escritor que acababa de descubrir.

Desde mi asiento y una vez que él terminó, me levanté a felicitarlo. Me invadieron dos certezas: la primera, que el ganador sería él y, la segunda, que yo no podía hacer otra cosa al salir más que comprar aquella maravilla de la saga de los Buendía en el mítico Macondo, que inaguraba, sin saberlo, el "boom" de la narrativa sudamericana.

Desde entonces, El Gabo se convirtió en una obsesión para mí. No he dejado de leer ninguna de sus novelas y año tras año esperaba una nueva creación suya. En todo esto pensaba mientras continuaba empaquetando libros, a la espera de que esta vez sí sería mi última mudanza a punto de cumplir medio siglo de "Cien años de soledad".

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