Cabalgata como la de Nava, ninguna
No tenemos por costumbre escribir cartas (más bien, las recibimos), pero ésta es hoy real y obligada decisión para expresar nuestra gratitud a la especial acogida que tuvo con nosotros, pobres Magos, la villa de Nava el 5 de enero de este año en curso. Especial no por su majestuosidad, comparsas y demás adornos, sino por su rigor histórico, algo a lo que no estamos acostumbrados estas ilustres majestades, que no nos viene por realeza ni por sabiduría el que una noche de hace más de dos mil años hubiéramos ido a dar fe del nacimiento del Hijo de Dios; más bien, por designación divina. Así nos guió el dedo de Dios a Belén y a Nava.
Nos precedió una estrella y la seguimos (estamos acostumbrados), pero no esperábamos el saludo al rey Herodes, a quien conocemos desde siempre (no hubiéramos querido conocerlo nunca, pero así es la historia). Lo encontramos en Jerusalén, le comentamos que nuestra visita a estas tierras se debía al nacimiento del Rey de los judíos, y era nuestro gusto venir a adorarlo. Nos pusimos en camino hacia Belén, pues así nos habían aconsejado, seguidos, por supuesto, por el villano Herodes (con sus soldados) durante todo el recorrido por las calles de Nava. No tardamos en llegar a la casa donde, gracias a la estrella, encontramos a un niño envuelto en pañales. Allí estaba, en el pórtico de la iglesia de Nava. Espectacular. Esperamos. Caminamos unos metros con nuestros cofres llenos de oro, incienso y mirra para el Rey de Reyes. Los vecinos miraban expectantes, nos acercamos y allí velaban en una gélida noche María, José y el Niño; les acompañaba con sus cánticos el coro "Allegro" de Nava. Y un ángel. Y el Niño era un bebé hermoso, verdadero hijo de la joven María que lo acompañaba. Le ofrecimos nuestros presentes al Niño, lo adoramos, escuchamos los villancicos del coro y, sobre todo, asistimos a un espectáculo maravilloso: ¡no nos miraban a nosotros, miraban al Niño!
Largo tiempo, sin prisa, con fervor.
¿Quién no se conmueve ante la visión de un bebé dormidito en su cuna y dulce como la miel? ¿Quién podría no mirar? Gaspar me decía: "¿Recuerdas, Melchor? Como la primera vez". Baltasar musitaba: "Nos esperan los otros niños".
¡Qué excelencia! ¡Qué divina y mágica noche!
A nuestras Majestades no nos importan mucho las carrozonas, los exuberantes alumbrados, las multitudes. A nosotros nos estremecen las miradas, las miradas a un Dios hecho carne en un bebé envuelto en pañales. Y nos gustan los pastores que por primera vez vimos hace más de dos mil años en Belén, y sus ovejas, y las tenues antorchas que iluminan lo iniluminable. Los ojos conmovidos.
Gracias, Nava, por prestarnos este momento. Gracias, Maxi, por tu divino trabajo, y gracias a todos los colaboradores. Gracias a la iglesia de Nava, y gracias al Ayuntamiento, que más tarde nos acogió.
¡Cómo hicimos memoria -creednos- de aquella primera vez en Belén!
Escenificaciones navideñas hay muchas, pero cabalgatas como ésta no tantas. Dios os bendiga a todos. De parte de Melchor.
P.D.: "Porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel" (Lc. 2,30-32).
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