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Perdidas en la sociedad líquida

16 de Enero del 2017 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Más allá de la barrera del sonido, el silencio deja atrás nuestro ruido. El sonido son variaciones de presión en el aire y un avión viaja por el aire cuando sobre su ala aumenta la energía cinética a expensas de su energía de presión. Esa diferencial de presión, distribuida por la superficie de sus alas, sustenta al avión. Pero, como todo es degenerativo, existen perdidas de energía que se transforman en calor. Un calor que pasa al aire.

En los líquidos, la energía de presión perdida por un fluido en un tramo recto de tubería de diámetro fijo y caudal constante, dependerá de: su propia energía cinética; la relación adimensional entre la longitud del tramo y el diámetro de la tubería; la densidad del fluido y la viscosidad. Pero también dependerá del coeficiente de fricción de la tubería que, a su vez, es función de la conducta del fluido. Este coeficiente de fricción es formalmente deducible sólo si su régimen es ordenado y laminar. Sin embargo, la realidad muestra que, más allá de todo orden, el flujo siempre está inmerso en las turbulencias del caos. Por lo que, para su valoración, fue necesario componer el diagrama de Moody a partir de datos experimentales. Así, una vez conocida la conducta del fluido, podemos determinarlo. Reynolds estableció un modo de valorar tal conducta, y el régimen podía ser: laminar, estocástico, turbulento o turbulento puro. Se buscaron también modelos matemáticos, y se encontró la ecuación recurrente de Colebrook-White. Dicha ecuación es, en esencia, la inexistencia logarítmica de una suma. Sólo puede resolverse siguiendo una dinámica recurrente: cada nuevo valor, será el valor de entrada para el próximo cálculo; así hasta que se estabilice: entonces ese valor será el coeficiente de fricción. Con él ya se pueden determinar las perdidas de carga en los tramos rectos de tubería.

Todos estos esfuerzos nos indican que, en las turbulencias caóticas del flujo de un líquido, siempre hay un orden. Ante esto, no se puede dejar de sentir cierto respeto. No por el fluir en sí del líquido, sino por el fluir de una análoga sociedad líquida sometida a las turbulencias propias de sus pulsiones.

La libertad decide su conducta bajo la presión colectiva de otras libertades. No es cierto que exista azar, sólo existe un caos aparente con la precisión de un orden espontáneo. El flujo histórico nos lleva a nuestro destino individual, siendo atrapados por el flujo de la sociedad líquida en las tuberías de la vida.

Hemos tenido perdidas, pero se han quedado sus enseñanzas. El último Zygmunt Bauman y su sociedad líquida. Pero también: Martín Buber y el diálogo: yo, tu, ello; Karl R. Popper y su sociedad abierta; Isaiah Berlin y su defensa de la libertad positiva o negativa, que da igual si es que se da; Hannah Arendt y su estudio de las revoluciones contra la violenta banalidad del mal; Elias Canetti con sus advertencias contra la masa y el poder populista; Erich Fromm, que analiza nuestro miedo a la libertad. Y, ya anteriormente, pero de ninguna manera el primero: Baruch Spinoza, encomendándonos su ética. Todos sabían por experiencia de lo que hablaban. Si reflexionásemos sobre sus enseñanzas, podríamos enfrentarnos al consumismo: esa decepción ruidosa de la libertad que nos atrapa creando deseos más allá de la propia necesidad. Y que genera ingentes cantidades de basura imposibilitando una sociedad abierta.

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