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La desidia de un tipo que dice ser médico

21 de Enero del 2017 - Dulce Pérez Rodríguez (Oviedo)

Debo comenzar aclarando que soy una defensora a ultranza del sistema público de salud. Contra tópicos y demagogias acerca de las tan manidas listas de espera, siempre mantengo que los casos urgentes salen adelante con los mejores profesionales y que tal vez el sistema no está para pamplinas y contemplaciones o males menores, pero que resuelve con eficacia todos los problemas serios de salud.

A pesar de ello, esta carta es una queja puntual, no contra el sistema, sino contra un profesional que no cumple su función y que no debería dedicarse al noble ejercicio de la medicina. Me parece que es importante que estas cosas se sepan y quien deba remediarlo, lo remedie. Sin generalizar, sin mezclar cosas... en este caso, se trata de un médico que no ejerce su noble oficio y se comporta como un funcionario (con todos mis respetos para los funcionarios, pero deben reconocer que tienen horarios y protocolos restringidos).

Ayer, una de mis compañeras de trabajo (somos farmacéuticas) estornudaba repetidamente y al preguntarle si estaba a tratamiento, me contó que no se atrevía a tomar nada porque tenía la tensión muy alta. Al parecer, llevaba varios días con sistólicas (la "alta") por encima de 18 y diastólicas (la "baja") casi de 10. Después de insistir y decirle aquello de "en casa del herrero...", "parece mentira", etcétera, la convencimos para que fuese a su centro de salud, la Lila.

Al llegar, a eso de las dos de la tarde, la recibe una administrativa y le dice que su médico de familia sólo trabaja de ocho a diez de la mañana, que para el resto de consultas hay que llamarle por teléfono. La paciente le explica que le sirve cualquier médico, que ése es el que tiene asignado, pero que ni siquiera le conoce, que hasta la fecha no ha tenido nunca necesidad de utilizar el servicio.

–No, no, sus pacientes tiene que tratarlos él –responde la eficaz señorita.

–Pues llámele –le contesta ella.

Después de un momento de conversación telefónica entre el médico y la administrativa, ésta le dice a la paciente que debe tomar una pastilla ahora y otra a las ocho de la tarde si no ha remitido el problema. ¡¡¡...!!!

Cuando, al llegar al trabajo por la tarde, nos contaba el episodio, no dábamos crédito. Naturalmente, la tensión no había bajado, y al escuchar el latido no se oía un ritmo normal, así que de nuevo insistimos para que volviese, esta vez al servicio de urgencias, para que algún galeno valorase el problema. Ahora, en el centro de la Lila, un médico comprueba que algo no va bien y la remite al HUCA.

Felizmente, ella se encuentra bien y todo se quedó en un susto, pero ¿cómo puede un profesional de la medicina recetar nada por teléfono? ¿Cómo puede un profesional de la medicina valorar el estado de salud de nadie con la descripción de un administrativo, sin hablar ni siquiera con el paciente? ¿Cómo puede un profesional de la medicina consentir que su trabajo dure dos horas presenciales y se prolongue el resto de la jornada a través del teléfono?

Aquí no se trata de listas de espera ni de errores médicos, esto va mucho más allá, esto es la desidia de un tipo que dice ser médico y debería dedicarse a otra cosa.

Esto no es una denuncia, ni un queja contra un sistema que, pese a todo, creo que funciona. Sólo quiero hacer saber que episodios como éste son los que colapsan y enmascaran la ingente labor de un colectivo que contra viento y marea se empeña en que la sanidad funcione.

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