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No pienso convertirme en verdugo

23 de Enero del 2017 - María Teresa Lozano (Oviedo)

Los grupos parlamentarios de IU y Podemos han propuesto una ley que regule la eutanasia. Entre otras cosas, dicen que la finalidad de la medicina es tanto prevenir y curar enfermedades como ayudar a morir en paz.

En eso estoy de acuerdo, pero en lo que no puedo estarlo es en que para quitar la vida a alguien se tenga que tener la carrera de médico, para ordenarlo, y la de enfermera, para ejecutarlo. Basta ver a todos los integrantes de grupos terroristas, por poner un ejemplo. No creo que tengan todos estudios sanitarios, y mire usted a cuántos se llevaron por delante.

Los argumentos que se esgrimen para defender la eutanasia van directos a las tripas y al corazón, y el más usado es evitar el sufrimiento. Claro que nadie quiere ver a nadie sufrir, y los primeros, todo el personal sanitario que atendemos a estos pacientes, porque, muchas veces, lo que se pide no es acabar con el sufrimiento del paciente, sino de las personas que le acompañan, para las que el final se hace muy duro. Pero la eutanasia no es la solución, ya que el sufrimiento de la pérdida inminente de un ser querido lo sustituirá el sufrimiento de la pérdida real. Es como lo que le dice el Capitán América a Ironman cuando éste descubre que el capitán sabía cómo habían muerto sus padres: "No te había dicho nada para evitarte un sufrimiento, pero ahora me doy cuenta de que lo que quería evitar era mi propio sufrimiento".

Una muerte digna no quiere decir una muerta rápida por medio de una inyección letal (no nos engañemos, eso es la eutanasia). Una muerte digna es morir como todo ser humano merece: tranquilo, sin dolor y con una mano querida que le coja la mano, con alguien al lado que le haga una última caricia, que alguien le diga que no pasa nada, que en un tiempo nos volveremos a ver; que le diga que le va a echar de menos pero que fue una de las mejores cosas, si no la mejor, que le ha pasado en la vida; que no tenga miedo a derramar lágrimas delante de él.

Hoy día la medicina ha avanzado (y sigue haciéndolo) lo suficiente para controlar el dolor y el sufrimiento de los enfermos, y son los políticos los que han decidido que sale mucho más barata la eutanasia que unos buenos servicios de cuidados paliativos (por si alguien no lo sabe, son los que atienden a los pacientes terminales y les ayudan a vivir sus últimos momentos de una forma cómoda y digna). Y han convencido al resto de que esto es lo mejor.

Así que lo siento. Pueden aprobar todas las leyes de eutanasia que quieran, pero yo no pienso convertirme en verdugo, seguiré cogiendo manos, haciendo caricias y preguntando a las familias si puedo hacer algo por ellos, y brindándoles mi apoyo en la medida que pueda, pero, desde luego, no mataré a nadie.

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