Mi papá es el mejor
Es una mujer en el entorno de los 40. Monoparental, clase trabajadora. Sus horas, me consta, se consumen en un ir y venir a contrarreloj como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, encajando su jornada laboral con los planes de conciliación de risa que tenemos. Su tiempo cuando está con el hijo, que es el 90 por ciento, rota en torno a él: actividades extraescolares, ocio, higiene, deberes, enfermedades, peluquero. El padre, que existe, se remite a las obligaciones establecidas en un gabinete jurídico; ni un minuto más. Su labor, qué decir: acorde con las exigencias del guión, y ya. No le ocupa ni un segundo al día cualquier asunto educacional, médico o de vestuario. Paga su cantidad fijada y punto. En fin. Nada raro.
Lo que me trae a esta carta es una redacción del niño, sencilla, como corresponde a los planes educativos de hoy, no sea que se traumaticen conjugando verbos. El asunto era algo así como "cómo te sentirías si fueras papá y cómo si fueras mamá".
"Si fuera papá, me sentiría mal", dice el crío, "porque trabajaría mucho y no tengo tiempo para nada. Sí fuera mamá, me sentiría bien porque no hago nada y vivo bien".
Debe ser imposible desactivar esos roles en los que a la mujer se la percibe como una maldita licuadora, un electrodoméstico útil que cumple la función para la que está diseñado y encima casi nunca se avería. El entorno de un niño de hoy en día puede ser así de descorazonador en cuanto a la percepción de ciertos hábitos, roles o estatus se refiere. No es un caso aislado, no merece que alguien apele a su casuística para contradecir este hecho. No se trata de buscar culpables, ni virar a condescendencias o fanatismos estúpidos que nos conduzcan a semáfora, febrera o miembra: hablar como idiotas nos convertirá en idiotas, pero no va a resolver nada. ¿Qué tal un poco de sentido común y otro tanto de inteligencia? El día 8 de marzo será nuevamente el Día de la Mujer Trabajadora y de nuevo parecerá que es el día de la mujer empresaria de éxito y la mujer diputada. Lo de siempre; mucha banderita, mucho lacito, mucha declaración rimbombante y mucha chufla. Como diría Tolkien, "verdaderamente, el poder del mal debe ser grande si puede enviarnos una tormenta así, hasta aquí, en esta época".
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