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Washington/Coblenza

30 de Enero del 2017 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijón)

Guardo buenos recuerdos de la ciudad alemana de Coblenza. En mis años universitarios tenía que ganarme la vida para pagarme mis estudios en la Universidad de Salamanca, por ello todos los veranos me incorporaba a la fábrica Daimler-Benz, cerca de Stuttgart, a la cadena de montaje de coches, sustituyendo a los obreros fijos que marchaban de vacaciones.

Por aquellos tiempos me atraían las ciudades pequeñas con historia y vida universitaria, por ello me acostumbré a visitar los fines de semana de mis veranos alemanes las ciudades de Tubinga y Coblenza. Huía de Frankfurt y del mismo Stuttgart porque eran ciudades demasiado grandes y sin personalidad.

De Coblenza me atraía el dinamismo de la juventud universitaria y esa capacidad de estar abiertos a las aportaciones de las distintas culturas, etnias y extractos sociales. Era inevitable, por tanto, la reivindicación política y las muestras de solidaridad con los pueblos que sufrían dictaduras y falta de respeto a los derechos humanos. Sus hermosas y estrechas callejuelas acogieron las manifestaciones contra la dictadura de Franco porque los estudiantes de los años 70 todavía tenían presente las atrocidades que sus padres permitieron hacer a Hitler.

Me atraía también la simbología que representaba el encuentro de los ríos Mosela y Rhin, en cuya confluencia se dibuja un saliente que los alemanes bautizaron como la Deutsches Deck (la esquina alemana) y que a partir de la reunificación de las dos Alemanias se pretendió que este saliente representara también la reunificación.

Coblenza ha estado presente en estos últimos días en todos los telediarios y prensa escrita, porque los partidos neonazis, de extrema derecha (de Holanda, Francia, Dinamarca, Austria y la misma Alemania) decidieron celebrar allí la toma de posesión del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Todavía no acabo de entender las razones por las cuales los xenófobos y extremistas europeos han escogido este hermoso Patrimonio de la Humanidad para agasajar a quien es ya, desde el pasado 20 de enero, el exterminador de las libertades en Norteamérica y una amenaza para el mundo.

Envalentonados por el triunfo de Trump y por las buenas perspectivas electorales en las próximas elecciones francesas para Marine Le Pen, han convertido el 20 de enero de 2017 y la ciudad de mis escapadas, Coblenza, en su buque insignia. Alguien comentaba en estos días que el 20 de enero supone el definitivo entierro del siglo XX. Por mi parte, lo vivo como un mal día para la democracia, los derechos humanos y la libertad de prensa.

Hoy más que nunca hay que volver a leer a Orwell (1984) o a Philip Roth ("La conjura contra América") y, antes de que sea tarde, recordar los versos de Bertolt Brecht ante el avance nazi:

"Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada".

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