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Las liebres detrás de los galgos

1 de Febrero del 2017 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

La palabra, entendiéndose como tal, es en sí una promesa, un pacto, oferta o juramento; desde in illo tempore. Siempre fue respetada por el ser humano y el no cumplirla, en lo que ella abarca, da lugar a una falta de prestigio que desemboca en una total ausencia de personalidad y confianza hacia la persona que no la respeta. Lo mismo ocurre con la honradez, que la persona es o no portadora de ella y no teniéndola, tampoco será capaz de disponer de conciencia y dignidad para poder desenvolverse por la vida con credibilidad.

Lo expongo desde el punto de vista de una persona normal en todos los sentidos, como es Bras, el amigo jubilado, que me lo comenta. Me lo dice como ser humano, curtido de la vida y ya sin necesidad obligada de agradar a casi nadie. Como tal, portador de defectos y virtudes pero sin llegar a poseer árnica para pasar por el arco del triunfo lo que aquí nos atañe. Me dice:

No, no soy un predicador de secta ni religión alguna, comento estas cosas porque fueron las que asimilé junto a todos los de mi generación, como todos los de anteriores y algunos de ahora, a lo largo de mi vida y hasta no hace mucho tiempo. Observaba entonces a mi padre, cuando yo tenía la suerte de estar presente contemplando como vendía un ternero y no firmaba nada con el tratante. Simplemente ambos se daban la mano en un acto de bastante más relevancia que una firma ante notario hoy. Extensivo este comportamiento para todas las demás transacciones que se pactaban entonces con un apretón de manos para respetar lo acordado, y que no era truncado ni aunque saliese el sol por Antequera y de serlo, adiós para siempre a la honra del pecador.

Oído lo comentado y para finalizar ilustrando y justificando esta mezcolanza, valgan los siguientes ejemplos de la falta de esos valores mentados que, hoy día, se repiten diariamente y no pasa nada y, encima, todos tan panchos:

Personalmente oí contar a padres orgullosos como sus hijos, estudiantes ellos, trampeaban la balanza a la hora de pesar la fruta que iban a comprar al supermercado; pagando tres cuando la balanza exigía cinco. Ahora observo en mis compras habituales, en muchas de esas superficies, que ya no se fían de nadie y al pasar por caja pesan para poner precio a las bolsas de frutas y derivados. O aquella otra señora, titulada ella, de alta alcurnia, que pasando por caja le solicita la cajera que abra su bolso. Haciéndolo, al tiempo que la empleada le extrae de él la botella de buen vino previamente hurtada. Y así podríamos seguir contando anécdotas similares si hubiese sitio en el papel.

¿Qué pasaría si el mercado condujese los contratos hipotecarios a una situación en que los intereses llegasen a la cláusula techo en vez de traspasar la suelo como ahora ocurre?, ¿habría las mismas reclamaciones por parte de los titulares? Hoy día si se firma ante un fedatario público una escritura de compra-venta, hipotecaria o de cualquier otra índole, donde a ciencia cierta el notario certifica que ambas partes quedan enteradas y de acuerdo en todo lo que en ellas está plasmado y, sin embargo, no vale para absolutamente nada todo lo señado a la hora de querer demostrar algo el acusado para poder defenderse. Todo puede ser condenado y anulado por cualquier juez de turno al que le llegue una querella y estime oportuno fallarla a favor del denunciante; sin tener en cuenta que esos documentos notariales, por principio, gozan de toda legalidad o, al menos, cumplen con la ley vigente. De no ser legales estos, no hace falta pensar mucho para llegar a la conclusión de que ningún otro tampoco lo es. Visto lo visto, el siguiente paso puede que sea defenestrar a todos los actuales fedatarios públicos ya que, parece, no valen para mucho.

Claro que hemos de tener en cuenta que las reclamaciones siempre se hacen cuando perjudican al denunciante y nunca en caso contrario. Sin duda es una opción que nos ofrece la ley para protegernos ante posibles injusticias pero, esa misma ley, debería actuar con todo su peso en contra del que pretenda lucrarse tratando de obtener favores o prebendas que, de antemano, sabe que en justicia no le pertenecen.

Tocante a la honradez una señora, propietaria de una tienda de moda en Oviedo, me dice que el mundo está del todo loco, que se acabó la honestidad, que como te descuides sin tomar medidas aparecen clientes devolviéndote prendas después de pasados meses de ser compradas y estrenadas, al tiempo que te reclaman con toda la frescura imaginable que les devuelvas su importe. Simplemente no puedo menos que alucinar.

Ya termino. Valentina, otra señora mayor allí presente, testigo de todo lo hablado en el establecimiento de estilo, nos deja paralizados al decir: hasta en las televisiones nos dicen diariamente que nuestros gobernantes demuestran muy poca formalidad. No me extraña que nadie les crea nada de nada. ¡Virgen, virgen, el mundo de al revés, las liebres detrás de los galgos!.

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