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El aborto es un plantón de la mujer a Dios

11 de Enero del 2010 - Juan Castañeira Fernández (Tres Cantos, Madrid)

Se le puede dar un plantón a un amigo, a un enemigo, a una novia y a otros. En el caso que nos ocupa se traba del plantón que da la mujer que aborta a Dios. La mujer y Dios comienzan a construir una casa, es decir, un niño o niña, pero la mujer deja de cooperar y la susodicha casa sirve para escombros. Los plantones que se dan a los demás son imperdonables, pero el plantón que la mujer da al Creador es de suma gravedad y no es de extrañar que los últimos pontífices de Roma hablen del horrible crimen del aborto.

Los políticos españoles de la izquierda parece que piensan, como un paisano de mi pueblo que me decía, no hace mucho, que ahora no se consideraba a los humanos como hijos de Dios sino de una «cochinada». Esta última afirmación del hombre moderno de la calle es producto del poco esfuerzo que hace para pensar o reflexionar.

Unidos el óvulo femenino con el espermatozoide masculino (dos células) surge un nuevo ser que se irá desarrollando y pasando por distintas fases, hasta que a los nueve meses la mujer le da a la luz. El feto se desarrolla por sí solo sin directriz o intervención alguna por parte de la mujer, la que, eso sí, suministrará las sustancias convenientes para su alimentación y crecimiento. Todo lo cual es un proceso maravilloso, según la ciencia, y que no proviene de una «cochinada».

Resulta esclarecedor comparar la gestación con un proceso tan sencillo que realizan los seres vivos con la digestión de la comida o alimentos. Los alimentos que ingerimos por la boca se van transformando y desmenuzando, pasando por distintos órganos, sin que los vivientes intervengamos para nada ni dirijamos para nada las actuaciones de los órganos que están en nuestro interior. Al final, unas sustancias, misteriosamente, serán aprovechadas y otros desechos serán expulsados al exterior por el ano.

El hombre moderno se ve muy importante y, sin embargo, si le entra una enfermedad como el cáncer o el sida no puede hacer nada para curarla. La mujer feminista afirma que ella es dueña de su cuerpo, que no deja de ser una estupidez, pues el cuerpo no lo ha hecho a su manera, se le ha dado, y no puede cambiar de figura, estatura, edad, etcétera.

Platón, filósofo griego, que vivió siglos antes de Cristo, al ver cómo había sido condenado injustamente Sócrates por el Aerópago ateniense, escribió en su libro «La República» que los gobernantes debían ser extraídos de la rama de filósofos. No cabe duda de que las reflexiones de Platón cobran actualidad.

En los medios jurídicos se habla mucho de la legítima defensa y si alguien es incapaz de ejercer por ser discapacitado se le asigna un protector. El feto, con el aborto libre, carece lamentablemente de legítima defensa. El juramento hipocrático de los médicos atenienses prescribía la prohibición de participar en el aborto de mujeres embarazadas.

Mis opiniones son consecuencia de ser un católico practicante.

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