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Las corridas de toros: ¿Espectáculo o diversión?

28 de Diciembre del 2009 - Jorge Ceferino Fernández Cuesta (La Felguera (Langreo))

El ruedo, y en palabras de Santiago Esteras Gil, es un bullicioso matadero colorista, una edición de aquellos circos romanos que vituperamos tanto, una sucia y alegre carnicería. No hay paliativos, ni excusas, ni pretextos: ni la tradición, ni las mantillas, ni las coplas, ni las mujeres morenas, ni los brindis, ni el «paseíllo». Se trata simple y llanamente de una horrible mueca celtibérica de la muerte más estúpida y gratuita. Detrás del deslumbrante oropel aparecerá la verdad descarnada y trágica. Una verdad que los necios, los exaltados y los ignorantes quieren identificar con España. En cuanto al arte, sólo se puede poner al servicio de causas elevadas, y así no cabe hablar de bellos «crímenes», ni de «robos artísticos» o de hermosas «calumnias».

Todo ser vivo, por el hecho de tal consideración, desde su nacimiento cuenta con unos derechos reconocidos, que se encuentran establecidos y regulados en diferentes disposiciones legales. Y ese derecho a la vida es inviolable, constituido por el propio «derecho natural», siendo otra cosa distinta el que no sean respetados. Cuando sometemos a un animal a malos tratos, actos crueles, explotación, exhibicionismo, es decir, todo aquello que signifique la no consideración de la dignidad del mismo, estamos cometiendo un «biocidio», un crimen contra la vida del ser vivo.

La clasificación entre seres «racionales» e «irracionales» proporciona al hombre un privilegio sobre el resto de las especies, pero esto no debe ser motivo para que nuestras actuaciones sobre los animales supongan un desprecio en sus derechos, o que utilicemos el concepto de «irracional» cuando más nos interese de forma en la que dispongamos, con fines mercantilistas y económicos, de la vida de un animal.

Y en cuanto a la tan cacareada «numerosa y gran afición» taurina ésta no es, como lo demuestran las encuestas, ni tan grande ni tan numerosa, y ese aparente auge y seguimiento masivo se debe, a mi entender, a cuatro causas fundamentales:

Primero: sólo el 17 por ciento de la población española, mayor de 18 años, se considera seguidor del espectáculo, mientras un 70 por ciento confiesa no haber asistido ninguna vez. (Fuentes: Instituto Español de la Opinión Pública, Madrid).

Segundo: las subvenciones de la Administración suponen un sustento importante, lo que se traduce en una supervivencia de las «corridas de toros» gracias a los fondos públicos de todos los españoles. De la misma manera se comportan las comunidades autónomas y los ayuntamientos promocionando la organización y celebración de festejos en los cuales se utilizan animales.

Tercero: el apoyo de la Iglesia que consiente el uso de su santoral para tales fiestas a pesar de antiguas condenas como la del Papa Pío V, que condenó estos sangrientos espectáculos.

Cuarto: algunos medios de comunicación, que no sólo incluyen en sus programaciones las retransmisiones de las corridas de toros, sino que dedican espacios semanales a su difusión.

Pero si hay argumentos que merecen un análisis aparte, y que son realmente deleznables, son los referentes a la tradición, el arte y la cultura, utilizados por los defensores de esta macabra actividad. Tales conceptos, que por sí mismo son ambiguos, son deformados extremadamente hasta el fin de adoptarlos a una justificación histórica no suficientemente completa. La tradición, efectivamente, puede constituir la cultura de un pueblo, pero no por eso deben ser tenidas en cuenta todas las tradiciones, pues muchas de ellas no son más que expresiones anacrónicas, sin sentido.

En definitiva, y como conclusión, las «corridas de toros» no pueden ser aceptadas desde cualquier punto de vista o planteamiento: filosófico, histórico, cultural, social, etcétera.

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