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Equipaje "sospechoso"

11 de Febrero del 2017 - Natalia González Galiano (Gijón)

Me gustaría compartir una experiencia, desafortunadamente, poco agradable. Soy una mujer de 28 años y, aunque consciente de que la nuestra es una sociedad machista, he tenido la suerte de no haberlo comprobado por mí misma hasta el día de ayer.

Me he casado hace unos meses y desde entonces vivo separada de mi marido por motivos laborales. Nos juntamos una vez al mes y en esta ocasión me tocó a mí hacer el viaje hasta Alicante, donde él reside ahora. Tras terminar el fin de semana tocaba coger el avión de vuelta a Asturias. De nuevo en el aeropuerto nos volvíamos a separar y se repetían los besos y abrazos de despedida hasta el mes siguiente. Todo mi equipaje era una pequeña maleta de mano; para qué más para tan sólo un fin de semana. Me dirigí hacia el control donde me quité el abrigo, el reloj, me descalcé las botas y lo coloqué todo junto a mi maleta en la cinta. Hasta ahí todo normal. Pasé el control de seguridad y todo iba bien hasta que, divertido, el hombre que revisa el contenido del equipaje por el escáner pregunta en voz alta de quién es la bolsa roja. La mía, pienso, y así se lo digo. Me pide que la abra y, una vez hecho, que no toque nada porque ya busca él. Me extraña que todo esto ocurra sobre la propia cinta, sin un mínimo de privacidad; todos viajamos con al menos nuestra ropa interior y objetos personales que no veo necesario que deba conocer medio aeropuerto. Pues bien, a este hombre hay algo que le resulta gracioso, y lo veo dispuesto a compartirlo con todo el que pueda. Sin dudarlo, echa mano a la maleta y saca un rizador para el pelo. El moldeador es cilíndrico, con un barril de bolas contiguas dispuestas de tal manera que, si uno está poco familiarizado, no sólo puede no saber de qué se trata, sino confundirlo con otro que nada tiene que ver. Y este hombre no debía de estar al día en cuanto a productos de peluquería, pues en cuanto lo vio por el escáner lo confundió con un juguete sexual y decidió hacerme pasar la mayor de las vergüenzas. Sólo le faltó anunciarlo por la megafonía de la terminal. Su primera pregunta, ya poco inocente, fue que qué era aquello. Yo, sorprendida, le dije que una plancha para el pelo. En ese momento no acerté a explicar que si entre las bolas colocas los mechones de pelo te quedan unos rizos perfectos. Notaba las miradas de todos sus compañeros clavadas en mí, y tuve que escuchar cómo me respondía con guasa pues qué plancha tan rara, ¿no? Me ardían las mejillas. Sólo pude encogerme de hombros y en cuanto aquel hombre soltó el rizador, tras alzarlo durante unos minutos para que lo viera todo el mundo, apresurarme a meterlo en la maleta, colgármela del cuello, ponerme el reloj, la chaqueta y calzarme las botas. A continuación, caminé hasta mi puerta de embarque y aún desde allí podía notar las miradas y escuchar los murmullos y risitas desde la cinta de control. Poco a poco, el rubor fue desapareciendo y pude viajar tranquila hasta mi casa, lo que, además de intentar no estar triste por separarme de mi marido, era mi intención desde un primer momento.

Creo por lo tanto que su único propósito fue ridiculizarme, y realmente lo consiguió. El tándem chica joven -además sola- y un supuesto juguete sexual eran garantía de un rato divertido a mi costa. Y lo de menos es si realmente aquello era un vibrador o para rizarse el pelo. Qué más da.

Sin más deseo que el que nunca ninguna otra mujer tenga que sentirse de nuevo objeto de burla, me despido.

Anónimo

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