Aplausos
Mientras la vida del país real transcurre, los medios de comunicación nos empachan de políticos. No de política, sino de quienes la protagonizan y ocupan el escenario. Todos los días. Sonrientes, aparentemente satisfechos, encantados de estar ahí. Y más, como en este reciente fin de semana, cuando están juntos, cada cuales con los suyos. Entonces, complacidos, crecidos, además de mirarse y sonreírse y abrazarse, se aplauden. Entre ellos, unos a otros, una y otra vez, en una suerte de indigno ritornello.
Como el asunto viene de largo, Rafael Sánchez Ferlosio ya hace años nos previno de "la naturaleza de automatismo, de reflejo mecánico, que ha llegado a adquirir en nuestros días el aplauso" señalando que "Ni siquiera se aplaude a lo que se dice, a su significado -que ya estaría mal-, sino a la pertenencia del que lo dice, siempre que sea de los propios".
Querría pensar que quienes se consideran servidores de lo público, de la ciudadanía, como a ellos les gusta decir, no pueden caer sin más - todos y de tal manera- en esa recurrente ceremonia ensimismada y narcisista. Los vemos, sí. Pero quizá ellos también nos ven; más bien nos adivinan mirándolos al otro lado de las pantallas. Porque es la única razón que encuentro para intentar comprender sus reiteradas, plomizas palmadas.
Nos aplauden, agradecidos y sobre todo asombrados de que aún los miremos.
Julio Flórez García, Gijón
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