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De excomulgados y crucificados

20 de Diciembre del 2009 - José Manuel Fueyo Méndez (Oviedo)

Los gobernantes de turno siguen utilizando la técnica del calamar para intentar que algunos «árboles», como el aborto y el crucifijo, nos impidan ver el bosque de la crisis económica, pero ni los calamares gigantes generan tinta suficiente para camuflar a más de cuatro millones de desempleados, con lo cual el engaño no produce efecto ni entre los más incondicionales. Por ejemplo, el pasado miércoles un diario poco sospechoso de antisocialista incluía en primera página tres datos demoledores: el último año han desaparecido más de mil empresas en Asturias, o sea, tres diarias; en ese mismo período han echado el candado en España el 17 por ciento de las empresas de construcción y ocho de cada diez ganaderos asturianos están endeudados. Vamos, que ni en la verde Asturias aparecen de momento los dichosos «brotes verdes» que mentaba semanas atrás el Presidente.

Volviendo a la tinta del calamar, la polémica del aborto ha estado aderezada esta vez con el ingrediente de la palabra «excomunión». Por no hacerles el juego a los del camuflaje, no entro en definiciones ni en casuística moral, que para eso ya está la legislación canónica. A lo que iba era sólo a comentar lo gracioso que resulta que a algunos les haga gracia la palabra «excomunión», como si fuese un anacronismo, al que recurre únicamente una institución tan trasnochada, según ellos, como la Iglesia. Incluso un diputado asturiano, de apellido Cuesta, se permitió hace días el lujo de interrumpir en el Congreso a otro diputado, sacando a colación la palabra «excomunión», con esa sonrisa displicente, propia del perdonavidas que se cree superior.

Ciertamente la palabra excomunión se usa solamente en el lenguaje eclesiástico, pero en casi todos los grupos humanos se dan «excomuniones», aunque se utilicen otros términos para expresar la misma idea. Desde una asociación de vecinos a un equipo de fútbol, pasando por una simple peña de amigos... cualquier grupo humano puede llegar a tomar la decisión de dar de baja a alguno de sus miembros por razones que el grupo considera graves. Y es raro el mes que los dos grandes partidos políticos no se ven obligados a «excomulgar» a algún militante, normalmente por meter la mano en algún cajón con «perres». Lo que sucede es que ellos llaman «suspensión de militancia» a lo que la Iglesia llama excomunión. Cuestión de terminología, vamos. Otrosí digo que el partido del señor Cuesta es especialmente proclive a las «excomuniones», pues hace tres años les dio la patada a varios militantes de esta ciudad por algo tan simple como criticar la forma en que fue propuesta la candidata a la Alcaldía, doña Paloma Sainz. ¡Ja, ja, ja! Eso sí que se presta no sólo a sonrisas displicentes, sino a carcajadas a mandíbula batiente. En todo caso, allá ellos: que «excomulguen» a quien consideren oportuno, pero no se extrañen de que la Iglesia excomulgue o, mejor dicho, de que se autoexcomulguen quienes participan en la comisión de un aborto. Sobre la movida de los crucifijos, un par de cosillas. El tema no es nuevo: González, especialista igualmente en fabricar parados, utilizó también el crucifijo para jugar al despiste. Tropezamos, pues, en la misma piedra: crucificados de manera para intentar esconder a los crucificados por el desempleo. Como no son capaces de reducir el número de éstos, les da por reducir el número de aquéllos. Y lo sarcástico del caso es que se sienten supermodernos y megaprogresistas con medidas de tal calibre. Por cierto, no estaría de más que los académicos de la que «limpia, fija y da esplendor» elaborasen un manual para aclararle a todo el que lo necesite que la modernidad y el progresismo también serían posibles sin aborto y sin retirada de crucifijos de las escuelas, por seguir con los mismos ejemplos.

En fin, supongo que el Señor, en sus alturas, alucinará con estas movidas que se montan por causa de su imagen de crucificado. Pero no creo que se apene demasiado porque le retiren de las paredes escolares. Los que le apenan de verdad al Señor son esos cuatro millones de españoles crucificados por el desempleo, esos más de cien mil españolitos crucificados anualmente por el aborto y los cientos de millones crucificados en el mundo por razones varias. En sus carnes sigue sufriendo Él, como nos enseña el Evangelio. Y donde Él desea reinar no es precisamente en las paredes de los edificios públicos, sino en el corazón de sus fieles, rincón del que ningún Gobierno puede arrancar al Señor. El caso es dejarle reinar de verdad en el corazón. ¿Estás dispuesto/a?

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