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Erotismo deslocalizado

26 de Febrero del 2017 - Francisco Fernández Marqués (Gijón)

Merendaba un café con suspiros, y con galletas, mientras oía en la radio un programa sobre la deslocalización de empresas multinacionales. Poco después dieron la noticia: en un parque de Mondoñedo (Lugo) habían detenido a una pareja cuando hacía el amor al lado de la estatua del general Mola. Naturalmente, me escandalicé: ¿qué hacía en un parque público el monumento a un general golpista? Recordé el magistral comentario de Francisco Umbral sobre nuestra maquillada transición: “La Banca se ha comprado una democracia”. Parece ser que, al interrogarles acerca de sus escarceos eróticos en tan peculiar sitio, la pareja se justificó: “Es que mola...”.

Deslocalización, decía; multinacionales que se establecen en un país, subvencionadas con dinero público, para luego irse a otro, y si te vi no me acuerdo. Cuando la vista se concentra sólo en los números, las personas se ven borrosas. Vivimos tiempos oscuros, con los derechos básicos del ser humano ardiendo en la hoguera de las vanidades financieras. Una época de gobiernos de Vichy, colaboracionistas de un invasor que se esconde como tal bajo el etéreo manto del dios Mercado. Añadamos a ello unos medios de comunicación transmutados en medios de propaganda. Algo falla cuando reclamar justicia social se convierte en un acto subversivo.

El escritor y sinólogo (estudioso de la cultura china) Simón Leys, en su estupendo libro “La felicidad de los pececillos”, cuenta que en un atestado tren centroeuropeo dos jóvenes se pusieron cariñosos y acabaron, como los de Mondoñedo, con placenteras relaciones sexuales, ante la indiferencia de los demás viajeros. Pero, cuando tras el éxtasis se pusieron a echar un cigarrillo, la indignación fue general: allí estaba prohibido fumar.

Deslocalización empresarial y erotismo son senderos cercanos. Sabemos, desde Freud (“El carácter y el erotismo anal”), de la íntima relación entre sexo y dinero. Hacer el amor en un parque, en un tren, no es otra cosa que una deslocalización amatoria, que busca estímulos afuera, como una multinacional cualquiera, mientras da un portazo a la rutina.

Hace años, el actor británico Hugh Grant fue detenido en un parque de EE UU tras utilizar los servicios de una prostituta. Cuando un periodista le preguntó si iba a asistir a terapia, el actor respondió: “No, en Inglaterra leemos novelas”. En efecto, la ficción como asidero para, paradójicamente, no salirse por completo de la realidad. Carl Jung lo explicó muy bien: “Cuando un individuo pierde contacto con el universo mítico, y su vida se ve así reducida al solo dominio de los hechos, su salud mental se encuentra en grave peligro”.

Parques, trenes, en ocasiones el Congreso (un lugar a menudo preñado de sadismo hacia los sufridos ciudadanos), devienen en escenarios sexuales que, por insólitos, resultan afrodisiacos. Nada que ver con la doméstica, confortable y rutinaria cama.

Si te preguntas el porqué de las rebajas en el precio de los colchones, aquí tienes la respuesta.

Francisco Fernández Marqués

Gijón

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