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Modesto Berciano, in memoriam

21 de Febrero del 2017 - Juan Ramón Fuentes Jiménez (Villablino)

La pasada noche del viernes 17 de febrero, a las 21.00 horas, el profesor y amigo Modesto Berciano Villalibre fallecía, así rezaba el mensaje de whatsapp que su esposa, María Ángeles, me había enviado. Una leucemia incurable en menos de dos meses ha terminado con su vida. Fue la víspera de la lotería de Navidad cuando hablé con él por teléfono, como hacía regularmente, y estaba bien. Sin embargo, días después comenzó a encontrarse mal. Con todo, logré hablar con él el pasado 9 de febrero, ya hospitalizado, y él mismo me comunicó la gravedad de su situación al tiempo que me decía que estaba en manos de Dios.

Tuve la fortuna de encontrar en el camino de mi vida a este hombre allá por el año 1996 en la Facultad de Filosofía del Milán, cuando yo era un neo-presbítero con la teología recién acabada. Fui su alumno en Fundamentos de Filosofía, en los cursos de Suficiencia Investigadora y fue él quien me dirigió en la Tesis Doctoral. Pero más allá de toda esa "vida" académica que tuve la dicha de compartir con él, está la persona de Modesto, a la que tuve la gran suerte de encontrar en mi vida personal. El profesor Berciano era un luchador en la vida, algo que, de suyo, ya resulta atractivo: de formación teológica, experimentó con estoicismo la adversidad que supuso su episodio vital junto a Girardi en Roma, que les llevó a ambos a salir de la Ciudad Eterna, y estando Modesto en "tierra de nadie" cuando el tiempo de la madurez se le echaba encima y había que tomar decisiones, ingresó como profesor de Secundaria, de Filosofía, por oposición, ejerciendo entre otros en el Instituto de La Luz en Avilés, donde todavía le recuerdan. Ese tiempo, objeto de su reflexión filosófica tanto en su tesis sobre Clemente de Alejandría, tiempo como "kairós", como en sus investigaciones acerca de Heidegger y "Ser y tiempo", le apremiaba cuando, casi sin que contasen con él, también obtenía la cátedra de Metafísica en el Milán. Como él me decía siempre: "En los trenes de mi vida, me subí casi siempre cuando el tiempo se me acababa". Su persona era portadora de valores al modo defendido por Dietrich von Hildebrand, era honesto, leal, comprometido con el trabajo y el rigor, generoso en el esfuerzo y defensor de la verdad, pero sobre todo era eso, modesto, humilde, discreto. Es de ese tipo de personas que no te resultan indiferentes porque lo que las hacen atractivas es ese conjunto de valores -personas con principios- que tratan de vivir y que intentan practicar en su vida, algo que siempre cualquier sociedad reclama. Modesto hablaba cuando actuaba porque entre su decir y su hacer existía total coherencia. Un hombre cabal como pocos he conocido, religioso creyente y tolerante de un modo exquisito con quienes pensaban distinto, al que tuve la oportunidad de ver en conferencias, debates, jornadas de reflexión, siempre practicando la actividad propia del buen filósofo, el debate elegante, respetuoso, constructivo que genera conocimiento. Pero también Modesto, como creyente que era, gastaba su tiempo y su ser para la Iglesia, por ejemplo en la catequesis de adultos de la parroquia de la Asunción en Gijón, o hasta ahora en Salamanca con otros grupos de adultos.

Han sido más de 20 años de contacto con él, de amistad, de compartir su tiempo con el mío, tiempo en el que recuerdo los largos paseos y conversaciones en Oviedo, Gijón o Salamanca; un tiempo, Modesto, el tuyo, que, como bien afirmabas en aquella conferencia del año 2000 con motivo del cambio de año y de milenio, ha sido un proceso de realización y de maduración de tu ser personal, de tu persona, pero no una maduración como la del fruto maduro para caer y descomponerse sobre la tierra, sino de una maduración destinada a vivir. Tu tiempo, querido Modesto, amigo, ha sido para ti y para los que te conocimos un don, un regalo, y por eso tu amistad, tu trabajo y tu postrer dolor tienen sentido. La leucemia que se interpuso en tu tiempo vital propio sólo nos ha arrebatado tu figura corporal, ahora ausente, pero tu ser está depositado en todos y cada uno de nosotros que te conocimos en el itinerario vital y con quienes te relacionaste, por eso no desapareces y porque ese Dios Padre en cuyas manos estabas, como tú mismo me dijiste, te creó para vivir no en un tiempo limitado y sí eternamente.

Gracias, Modesto, amigo, descansa en paz e intercede por los que quedamos aquí en este tiempo.

Juan Ramón Fuentes Jiménez, profesor IES Valle de Laciana

Villablino

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