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La estirpe indiana de los Beceña

28 de Febrero del 2017 - Ignacio Sarmiento y Reguera (Pozuelo de Alarcón)

Cuando aquel guaje con nombre de Rey Mago observó atónito la masa verde que se abría ante sus ojos, tras un infernal mes largo de travesía atlántica, lo primero que notó fue la diferencia con lo único que había visto hasta el gran viaje. Aquel verde no tenía nada que ver con sus prados hogareños, más intensos y siempre envueltos en la melancólica neblina astur. La impactante exuberancia de los cocoteros, disputando a los manglares hasta el último palmo de tierra, competía con la extraordinaria belleza de aquellos blanquísimos arenales mecidos por un mar turquesa que nada tenía que ver con aquel Cantábrico que le había visto zarpar a la aventura de su vida. Pero el intenso brillo que iluminaba los ojos de aquel rapaz de once años acabó posándose en el bullicio que se divisaba tras el cercano muelle de atraque. Una multitud de gente circulaba por las avenidas entre carretas y carretones ofreciendo todo tipo de mercancías y hablando en lenguas extrañas. Ni cuando alguna vez bajaba con su padre al mercado de Cangas había visto tal ajetreo de gente. Ahí me haré rico, pensó. Con las cuatro pesetas que portaba en el bolsillo y una manoseada dirección postal de algún pariente o paisano, encaminó sus pasos hacia el sueño.

Iniciada la segunda mitad del siglo XIX, el puerto cubano de Gibara era uno de puntos de llegada de ingentes cantidades de jóvenes, no sólo de territorio peninsular español ( asturianos, gallegos, catalanes , andaluces, etc.), sino también canarios, centroeuropeos e incluso orientales y algún que otro yankee aventurero. En el entonces partido judicial de Manzanillo Cuba aún era provincia la aldea gibareña cobró un inusitado desarrollo comercial como puerta al mar de la próspera Holguín, situándose el puerto de Gibara , como segundo receptor de inmigrantes a la Gran Antilla, tras La Habana.

Pero en aquel niño aturdido por el implacable y desconocido para él sol del Trópico, obligado a la fuerza a ser hombre prematuro, no se borraba la imagen de la despedida en el puerto de Ribadesella con la perspectiva de no volver a ver quizás nunca a sus seres queridos, En los montes de Parres , donde aquel crio empezó a soñar con América, agobiada por la escasez de recursos, una familia más se veía obligada a enviar a ultramar a algunos de sus hijos varones, sacudiéndose el hambre de una España peninsular que se desangraba económicamente y sin futuro para los jóvenes rurales. Con origen quizás en el lugar de igual topónimo, los Beceña se establecieron en Lago, pedanía de Vallobil del citado concejo de Parres. Algunas fuentes cubanas los radican originariamente en Llerandi, confundiendo una rama sucesoria que luego se comenta. Fue Pedro Beceña del Dago, casado con Rita del Coro Piramuelles, quien tomó la decisión de enviar a su hijo Melchor , desde el Llau natal, a una de nuestras últimas posesiones en Ultramar, donde se decía que cualquiera que iba podría hacer fortuna.

Mayor de siete hermanos, nacido en el año 1847, Melchor Beceña del Coro arriba a cuba sobre 1858. No hay constancia de sus primeros años en la isla, hasta que consigue abrir su propio comercio de tejidos, quizás comprado a algún español sin hijos para el que habría trabajado. El joven Melchor, ya con cierta estabilidad económica, como era habitual en los asturianos, llama a su hermano José, que se traslada a Cuba y establecen en Gibara la sociedad Beceña y Hno, dedicada a tejidos y novedades (Mº de Ultramar; archivos negocios Partido Judicial Manzanillo, provincia de Cuba).

Los hermanos Beceña del Coro inician una próspera carrera comercial, trasladándose posteriormente a la ciudad de Holguín hoy capital de la provincia cubana de igual nombre donde se establecen, abriendo la galería Las Novedades, que, siendo el comercio más importante de la ciudad, contribuyó a traer a una región eminentemente campesina de Cuba, tejidos y modas provenientes de París y Nueva York, que también llegaban a La Habana, cuyo esplendor al final del XIX superaba a muchas urbes cosmopolitas del planeta.

Pero los Beceña no se limitan a actuar en la cúpula del comercio holguinero; en 1887 se funda en el Ayuntamiento de Holguín la Sociedad de Negocios Liceo, inicialmente Casino, donde no se autorizaba la entrada a negros, siendo nombrado presidente Melchor Beceña. Su hermano José también encabezó un levantamiento municipal contra el gobernador español de la Plaza por abusos contra la población. Don Melchor, convertido ya en uno de los hombres más ricos de Holguín, funda y dirige un periódico: El Holguinero. Con ayuda de otros importantes capitalistas, ante el olvido de infraestructuras estatales en la colonia por parte de una politizada Madrid y consciente de la importancia del nuevo medio de locomoción, construye el ferrocarril Gibara Holguín, dando vital salida al mar a las ingentes explotaciones de caña de azúcar. Fue la primera vez que se construyó un túnel en Cuba, que aún se conserva.

El historiador Juan Albanés dejó por escrito la siguiente anécdota, que al no poderse probar, adquirió aires de leyenda. Dice el notable historiador que durante una tarde de ocio en los salones de Filarmónica, el acaudalado comerciante Francisco Rondán jugaba una partida (no dice de qué), con los asturianos Melchor y José Beceña, propietarios del establecimiento posteriormente conocido por Las Novedades. Entonces los Beceña dijeron que ellos iban a construir en Holguín la que sería la más imponente mansión. Le pareció a Rondán que era aquel un gesto de vanidad y, más vanidoso

aún, apostó que sería él quien levantaría el mejor edificio. Cierta o no la anécdota, la verdad es que Rondán dedicó más

de cien mil pesos de entonces (unos ocho millones de euros actuales) a construirse su casona, que todavía hoy continúa siendo una de las grandes joyas arquitectónicas de Holguín. No hay constancia, sin embargo, de la que fuera mansión de los Beceña, a pesar de que hay un barrio o reparto en Holguín denominado Beceña. Sin duda, la tuvieron; pero la revolución cubana acabó con muchas de las mansiones de españoles en la isla. (Aldea cotidiana. Holguín)

De su primer matrimonio Melchor sólo tuvo un hijo, que murió infante. Un hijo de su segundo matrimonio, Gaspar Beceña González fue importante alcalde conservador de Holguín y entronca con la aristócrata familia Zayas al casar con una descendiente del Gobernador Militar D. Francisco de Zayas y Armijo. Una de sus hijas, América Beceña Zayas, se casa con un Fanjul Rionda, de Noreña, los mayores productores de azúcar del mundo y cuyos descendientes mantienen gran relación de amistad con nuestro Rey emérito e influencia notoria en la política estadounidense. Melchor, convertido en hombre principal de Holguín, lleva también a su hermana Dionisia a Cuba, casándose con Manuel Palomo, de Llerandi, cuyos hijos Melchor y Martín fundan importantes ingenios de azúcar, pasando a formar parte de la élite azucarera cubana. En la iglesia de San Cosme de Llerandi hay una placa que rememora a los padres (Manuel y Dionisia) de los benefactores Melchor y Martín Palomo Beceña, a cuya costa se edificó en 1952.

La tormenta de aquella juventud idealizada de 1958, seguidora de Fidel Castro y el Che, acabó con la prosperidad de una familia, nunca imaginada por su patriarca, cuando, imberbe aún, divisaba las costas del cercano paraíso. Son muchas las dificultades para encontrar referencias en la isla, al haberse destruido muchos archivos anteriores a la revolución, al margen de la nula digitalización de registros cubanos; lo que obliga a una ardua labor manual de investigación en hemerotecas. La férrea burocracia del régimen comunista tampoco hace fácil investigar sobre los considerados capitalistas enemigos del pueblo. En Báguano, una aldea cercana a Holguín, donde los hermanos Palomo Beceña tenían uno de sus centrales azucareros , hoy forzosamente cooperativizado, un forzudo negro amigo cubano llamado Yausel , nieto de alguno de los cientos de trabajadores de la zafra, nos evocaba la legendaria prosperidad de los españoles, convirtiendo la región más atrasada de Cuba en uno de los motores de la economía isleña. Cuando desde el auto atravesábamos los inmensos campos de caña holguineros, evocábamos la intensa relación que aquellos parajes tan distantes guardan con nuestras más humildes aldeas asturianas. Aunque puede que algún descendiente de la familia permanezca en Cuba, casi todos los Beceña se trasladaron a Estados Unidos en los años sesenta del pasado siglo.

Pero en aquella pedanía de Vallobil, otro vástago de la numerosa familia Beceña del Coro, el tercero de los varones, llamado Francisco, emprende otra aventura hacia tierras americanas. Rompiendo toda lógica y tradición, al ser común que todos los hermanos viajaran al mismo país a medida que los mayores se establecían, este hermano menor de Melchor, Francisco Beceña del Coro, viaja a Chile. ¿Por qué con dos hermanos ya situados en buena posición económica en Cuba, Francisco se va a Chile? Quizás algún pariente allá establecido lo reclamó. Puede que disputas familiares en la casa de Parres o, aunque más descabellado, la voluntad de emprender la aventura en solitario, le indujeran a partir a un destino tan lejano de la isla centroamericana donde se encontraban sus hermanos.

Francisco Beceña retorna a España con una importante fortuna desde Valparaíso, residiendo en Cangas de Onis, donde también se dedica a diversos negocios. Uno de sus hijos, el catedrático Francisco Beceña autor de parte importante de la doctrina procesal de su tiempo y Presidente del Tribunal de Cuentas del Reino, trunca su brillante carrera jurídica en 1936, cuando, en uno de los muchos errores de los dos bandos fraticidas de nuestra contienda, es asesinado por los milicianos republicanos, a pesar de sus ideas liberales. Su hermana Camila, que hasta el final de sus días conservó la esperanza de que sus restos nunca encontrados aparecieran, estableció una beca universitaria en su memoria, legando toda la fortuna de su padre a importantes obras benéficas, tanto de la enseñanza como de la asistencia a mayores a través de la Fundación Beceña cuyo asilo cangués contribuye de forma importante a la ancianidad necesitada. Camila se había casado con Ramón González Soto, con el que compartió grandes obras benéficas, miembro de otra saga de indianos que desde Margolles se trasladaron a México. Un hermano de Ramón, José González Soto, propietario de la mayor textil de Puebla , costeó la colosal obra de la actual iglesia parroquial de Cangas de Onis. La plaza del ayuntamiento de Cangas de Onís lleva hoy el nombre de Camila Beceña, en memoria de la insigne benefactora.

No acaba aquí la rama indiana chilena de los Beceña. Cuando el indiano chileno Francisco Beceña regresa a España, apadrina a un sobrino, hijo de su hermana Manuela otra de los hijos Beceña del Coro con carácter espabilado e inquieto. Tras cursas estudios en Cangas, el mozo se desplaza a Chile obviamente recomendado por su tío Francisco. Aquel joven, llamado Pedro Sarmiento Beceña, emprende desde su Llau natal la travesía del charco que ya era habitual en su familia materna. Tras establecerse como sobresaliente hombre de negocios en Valparaíso, finalmente se traslada a la capital, Santiago de Chile, donde funda la CIC, importante empresa chilena con gran crecimiento en la segunda década del pasado siglo, al paralizarse la producción europea de bienes de consumo por la Gran Guerra. Su constante preocupación por los trabajadores influyó en que la Seguridad Social chilena copiara en sus inicios fórmulas protectoras que de forma pionera se aplicaban ya en la CIC a principios del pasado siglo. Fueron muchos los paisanos parragueses a los que don Pedro llevó a Chile. De él se decía que era el más rico de la colonia española en aquel país. Finalmente vuelve a España, instalándose en Madrid, aunque construye un monumental chalé de veraneo en Cangas, al lado del emblemático Puente Romano. Aún los viejos recuerdan los largos veraneos del indiano cargados siempre de aparato.

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Sarmiento no dejo de visitar nunca su Parres natal, donde levantó la escuela de Lago, asumiendo gastos de maestro y mantenimiento, y ejerció muchos actos benéficos. Es por generación, quizás el último de los Beceña en emigrar, alcanzando fortuna.

Si el Principado tiene señas de identidad propia, que lo hacen ser una tierra tan singular, una de ellas es este capítulo de la historia contemporánea que no puede ser olvidado. La imperiosa necesidad de marchar que el agotado minifundio ejercía sobre aquellas humildes familias, contribuyo sin querer a forjar un sinfín de aventuras, imposibles hoy en la monótona vida actual sin oportunidades. Los que hoy se van, parten talludos ya hechos hombres. Si la marcha es dolorosa para todos, incluso para nuestros jóvenes de hoy azotados por la crisis, pero permanentemente conectados a las redes, nunca llegaremos a imaginar lo que aquellos niños vieron pasar por su cabeza cuando perdieron de vista en el horizonte la tierrina. Como nuestro inicial protagonista, un cambio radical en su corta vida marcaría su existencia, impregnando el Principado a finales del siglo XIX y hasta la primera mitad del XX de la impronta americana, no dejando nunca de plantar frente a sus mansiones asturianas el símbolo de su progreso económico en el continente americano, materializado en hermosas palmeras que complementaban el palacete indiano.

A pesar de que el fenómeno indiano es intrínseco al momento histórico de emigración que vivió España en aquella época, es posible sea en Asturias donde más llegó a exponerse, quizás por el peculiar carácter decidido e ingenioso del asturiano, con un porcentaje de triunfo económico más elevado que el de otras regiones con impulso migratorio. Lamentablemente, a pesar de algunos intentos por rescatar el tema del olvido, la bibliografía indiana es muy escasa; los coetáneos de aquellos valientes triunfadores van desapareciendo y las asombrosas anécdotas de sus vidas se van transformando en leyendas que desvirtúan la siempre por si sola espectacularidad real de sus vidas. El enfoque político del Archivo de Indianos de Asturias desnaturalizó la idea inicial ,y hasta su propio nombre, dando preferencia al movimiento del exilio del 36, perdiendo la oportunidad de reunir documentación específica sobre indianos, chocando ideológicamente con los herederos y depositarios de amplia documentación, orientados a pensamientos conservadores y reacios a facilitarla, al haber sufrido este sector el acoso rojo en el pasado por su prominente posición económica. La excepción de la notable obra de Alejandro Braña, la mayor y mejor recopilación sobre edificaciones indianas en Asturias, con ingente y exquisito material fotográfico al respecto, ofrece la oportunidad de una gran obra pendiente: una enciclopedia indiana, con un exhaustivo compendio de las biografías de cientos de americanos, que a su retorno aportaron de forma desinteresada infraestructuras muy valiosas para sus pueblos de origen y cuyas vidas, individualmente, constituyen una auténtica aventura.

Asturias tiene una deuda bibliográfica con aquellos que retornando ricos decidieron ayudar siempre a los que dejaron atrás, sacrificando a veces hasta sus propias fortunas.

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